viernes, 31 de octubre de 2014

Doscientas palabras - Espejito, espejito.

En el bolsillo de su short había un espejito diminuto, de plástico. Chino pero eficaz. No hay mucha ciencia en el reflejar. Martin se lo había obsequiado escondiendo su sonrisa de enamorado. Como quien regala una ventana. Habrá creído que podría asomarse y verla cada vez que ella lo abriera. Otras chicas llevaban un lápiz de labios, un rubor. Ella no los necesitaba. No había nada más que agregar a su cara.
Demoró tiempo en incorporarlo. No tenía costumbre de mirarse. Sin embargo, un día lo abrió. Estaba sobre su mesa de luz, junto a la lámpara rosa. Odiaba el rosa. Era tarde, había apagado el teléfono, se disponía a dormir. Antes de apagar la luz lo abrió con cuidado. No pensó en verse, sino en verlo. Movimiento aburrido que antecede al sueño. En el círculo se veía la lámpara rosa, el póster de One direction, las cartas de sus amigas por su cumpleaños pegadas en la pared, pero faltaba ella. Lo cerró sin inmutarse. No necesitaba verse. Había desarrollado la habilidad de chequear su propia belleza en el deseo o la envidia ajenas.  El espejo es una vara que no puede medirla. Desde entonces jamás se separó de él.

jueves, 30 de octubre de 2014

Doscientas palabras - Geometría

Una calle de barrio no debería ser interrumpida por una geometría tan compleja. Un triángulo isósceles. Una suma de triángulos isosceles. Dos lados iguales y uno desigual. Puente.
Maestra ciruela.
La geografía de nuestro amor tiene dos lados posibles. Uno y otro lado de la vía. Y un puente para encontrarnos.
O separarnos.
Una cinta que se repliega sobre sí misma. Cortada en ángulos agudos, afilados. Cortan el aire, sangra el corazón. Si pudiera tomarla por una punta y sacudirla con valor. Si pudiera transformar los ángulos en rectas. ¿Cuántos puntos tendría nuestra recta? Mediría mucho más que la suma de sus lados. El monstruo metálico degradado a mero andarivel inofensivo. Llano, indiviso. Planicie sin rugosidad. Camino de una sola mano.
La geografía de nuestro amor podría ser distinta si lográramos doblegar un puente. Uno retorcido, que no une, separa. De un lado vos, del otro yo. En el medio el tren. No hay retorno. Prohibido girar en U.
Si pudiera soplar con fuerza. Los triángulos caerían de a uno. Efecto dominó. Saltaría del otro lado. Correría detrás tuyo.
Un puente puede ser construcción maléfica. ¿Quién quiere atravesar las vías?
No te vayas, no lo hagas.
Ay si pudiera volar.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Doscientas palabras diarias - El Coleccionista

Mi padre llegó a Pergamino sin saber qué cosa sería ese sitio que se resistía a ser pronunciado. Yo trataba de imaginar, como él. Cómo sería aquella otra tierra. Blanca, helada. Odessa era un misterio similar al que había sido Pergamino para él. Tenían en común el agua. Aunque variara de estado. Yo no conocía la nieve. No podía imaginar cómo sería tener una laguna blanca y dura como piedra. No podía ser más fría que la mía de madrugada cuando papá me exigía que levantara el pez que había logrado enganchar. -- Como la historia del náufrago con un solo salvavidas. Así le dije. Mi hijo me miró. Con enojo. Ni siquiera recuerdo cuando fue que se invirtieron los roles. Me pregunté si me hubiera atrevido a mirar a mi padre así. Quién sabe, tal vez si él se hubiera vivido tantos años como yo. La longevidad es una carga dura de compartir. Entonces acepté. -- ¿Te ayudo a elegir? No necesitaba ayuda. En mi colección sólo había un cuadro esencial: Pampa. Desde el día que lo compré cada vez que lo veo escucho al agua pegando en el bote junto al sonido mudo de la nieve al caer.

martes, 28 de octubre de 2014

Doscientas palabras diarias - Umbral

"Esta es la historia más triste que jamás he oído". Leía como quien se toma un calmante. El libro de Madox había quedado abierto sobre la mesa de luz. ¿Se llaman también mesa de luz las de los hospitales? Papá no leía ficción desde la muerte de mamá. No perdía el tiempo, se concentraba en lo importante. Como si supiera que quedaba poco. Como si las novelas fueran cosa de mujeres. Como si ya no pudiera leer sin hacerlo en voz alta. A mamá le gustaba tanto su voz. ¿Que haría el libro allí? La frase ingeniosa con la que iniciaba la novela no lograba engancharme. Caí dormida antes de pasar la segunda línea. Dos noches en vela cuidando a papá. Estaba algo agotada. Entonces escuché su voz: -- Esta es la historia más triste que jamás he oído. Me desperté. No recordaba haberme acostado. Sentado junto a la cama papá sostenía el libro entre sus manos, me sonreía. Se veía tan mayor. ¿En qué momento se había transformado en ese viejito dubitativo? -- Leo y releo la misma frase hace rato. Por fin abrís los ojos. Te leo como a tu madre, ¿querés? Volver de la anestesia puede ser muy lento.

domingo, 12 de octubre de 2014

Doscientas palabras - Malas intenciones

-- Si hubiera sido diseñado como arma de destrucción masiva sería menos mortal. Deberías haberlo pensado antes de presentarte así en mi casa. La primavera vendrá lluviosa. ¿Sabés la cantidad de gente que puede morir por el uso imprudente de este tipo de adminículos? Me extraña. Puedo entender todo del paraguas. El mango que lo sujeta, la tela impermeable que ataja el agua, pero el filo en el extremo es demasiado. Alguien tiene muy malas intenciones. -- No vine con malas intenciones.-- contestó él apenas en un murmullo. La mujer había soltado la parrafada con la puerta entreabierta, sin permitirle el ingreso al hombre que luchaba para que el viento no se llevara el paraguas. -- ¿Me dejás entrar? -- A vos sí, a tu paraguas no. Lo cerró con cuidado y lo apoyó contra la pared. -- ¿Vas a dejarlo ahí? -- ¿Dónde querés que lo ponga, querida? -- En la esquina hay un contenedor de basura. No iba a tirar su paraguas. Tenía su dignidad. Amaba a esa mujer, le gustaba ser puesto a prueba, demostrar cuan grande era su amor. Pero había un límite. Entre ella y el paraguas eligió el paraguas. La mujer aliviada cerró la puerta. Podía disfrutar tranquila de su novela.

viernes, 10 de octubre de 2014

Doscientas palabras - Peluquera

Vuelve tarde de trabajar mi mami. Todo el día las manos en mugre ajena. La propia bajo la alfombra. Ella y yo. Nadie más. Habrá habido algún alguien. No le pregunto. Para qué. Estamos bien las dos. Yo la espero con la comida. Me sale bastante bien. Una milanesa, un huevo frito, un plato de fideos. Ella me peina por las mañanas. Hay que ver qué peinados. Nos levantamos tempranito. Antes de que salga el sol. Mate, cepillo, horquillas y hebillas. El pelo brillante, tirante. El cepillo sube y baja con una fuerza. Cien cepilladas diarias si querés tener buena cabellera. Y a aguantarse, a mamá no le gusta que me queje ni cuando clava las horquillas como clavitos en mi cabeza. Calladita porque si no viene el golpe de cepillo. Si sale sangre hay que volver a empezar. Mejor calladita. Un peinado hermoso. Uno nuevo cada día. Hay que ver la cara de mis amigas. "¿Tu mamá es peluquera?" No contesto nada. Qué les voy a decir. "No mucama". Que piensen lo que quieran, yo cuando sea grande quiero ser peluquera. A la que no voy a atender es a la hija de la patrona porque me copia mis peinados.