miércoles, 17 de agosto de 2011

La fruta prohibida

Roja, gorda, madura. Rendida ante la propia gravedad de la fuerza que la impulsaba, la fruta rasgó el silencio de la tarde, y golpeó mi frente. La humedad viscosa se introdujo en mis ojos en el preciso instante en que intentaba abrirlos. Un despertar poco apacible a la vera del jardín de los senderos que se bifurcan. El bosque encantado se defendía de la intrusión.
Sucio y somnoliento evoqué el instante último de lucidez previa al sueño. Paseaba por el sendero cuando percibí un aroma dulzón que me obligó a abandonar el camino, e internarme entre los árboles. La fragancia me llevó literalmente de la nariz hasta la propia estampa del maravilloso árbol de la siesta. Dos raíces formaban un hueco en el que calzaba justo mi cabeza. La brisa orquestaba, las frutas perfumaban. Estiré la mano para tomar una, pero me contuve. Cerré los ojos, me dormí.
Sin embargo, ¿me contuve? No. Podía sentir todavía el almíbar en la boca. El sabor estremeció mis papilas, y me despertó. Me incorporé confundido por la duermevela. Estiré un paso, y volví a mirar. La fruta caía, ahora sí,  justo dentro del hueco que cobijara a mi cabeza.

Bibiana Ricciardi

jueves, 4 de agosto de 2011

Eclipse

La luna impaciente apuró al sol. La figura del centauro se estiró larga sobre la tierra reseca. El cristiano cumplió el ritual del atardecer, y hundió los ojos en los vestigios de su propia sombra. Cuando desapareció, la oscuridad no era tal. La luna había ganado la batalla diaria. “Por un rato”, pensó. Noche de eclipse con luna llena. El pie nervioso apretó el vientre del caballo. A lo lejos un árbol ofrecía cobijo.
Se apeó y ató al animal a una rama baja. El disco plateado comenzaba a mancharse de negro. Un mordisco creciente. La oscuridad voraz devoraba la luz. El caballo pateo molesto la tierra. El hombre lo imitó. Entre las ramas serpenteó resistente un hilo plateado que iluminó el residuo polvoriento del gesto. Cuando se apagó, un cimbronazo inmóvil sacudió el vacío. El animal relinchó.  El cristiano ladró. Con hábil cerebro perruno comprendió que había mutado animal.
Bibiana Ricciardi

La vencida

Soñó que despertaba y despertó. Pensó en abrir los ojos para comprobar su estado de vigilia, entonces recordó que ya no veía. Se tocó el ojo. La ausencia de humedad en el dedo lo confundió, pero el sabor acre en su boca durmiente lo rescató de la duda. Se dejó caer profundo.
La segunda vez que despertó fue tan breve, que no necesitó saber sobre la calidad o estado de sus pensamientos. No vió, no tocó, no sintió. El sonido lejano de una sirena invadió su débil capacidad perceptiva. No dormía, oía. ¿Oía durmiendo? El interrogante adormeció su entendimiento, el sopor lo cobijó.
La siguiente vez tampoco oyó. Ninguna percepción externa. Ni interna tampoco. Nada.
La tercera nunca existió.
Bibiana Ricciardi

martes, 2 de agosto de 2011

Herencia

El viento aliviaba la siesta y aturdía mis oídos. Junto a la ventana acunaba suave a mi bebé, mientras imaginaba todo lo que haría en cuanto se durmiera. La cortina ondeó, una ráfaga de luz se depositó en su carita. Entonces emergió desde el fondo de sus entrañas, clara y precisa, la misma sonrisa que tantas veces ví brillar e la boca de mi apropiador.

Bibiana Ricciardi
(Mini cuento elegido para integrar la programación de Teatro X la Identidad)