viernes, 31 de octubre de 2014

Doscientas palabras - Espejito, espejito.

En el bolsillo de su short había un espejito diminuto, de plástico. Chino pero eficaz. No hay mucha ciencia en el reflejar. Martin se lo había obsequiado escondiendo su sonrisa de enamorado. Como quien regala una ventana. Habrá creído que podría asomarse y verla cada vez que ella lo abriera. Otras chicas llevaban un lápiz de labios, un rubor. Ella no los necesitaba. No había nada más que agregar a su cara.
Demoró tiempo en incorporarlo. No tenía costumbre de mirarse. Sin embargo, un día lo abrió. Estaba sobre su mesa de luz, junto a la lámpara rosa. Odiaba el rosa. Era tarde, había apagado el teléfono, se disponía a dormir. Antes de apagar la luz lo abrió con cuidado. No pensó en verse, sino en verlo. Movimiento aburrido que antecede al sueño. En el círculo se veía la lámpara rosa, el póster de One direction, las cartas de sus amigas por su cumpleaños pegadas en la pared, pero faltaba ella. Lo cerró sin inmutarse. No necesitaba verse. Había desarrollado la habilidad de chequear su propia belleza en el deseo o la envidia ajenas.  El espejo es una vara que no puede medirla. Desde entonces jamás se separó de él.