domingo, 29 de junio de 2014

Doscientas palabras

Pesadilla


Patas de bronce, barrotes gruesos, colchón alto con profunda hendidura en el centro. Una fuerza centrífuga que devoraba a la niña y la escupía anciana. La cama era demasiado grande para cualquiera. Incluso para esa abuela obesa que la había habitado. Un barco que flotaba en el medio de la habitación de paredes verdes y espejo ovalado. Le hubiera gustado emerger pez desde las profundidades del casco, sacudir su cuerpito y expulsarse hacia afuera. Saltar por la borda, sumergirse profundo, volver a la superficie, nadar a salvo, alejarse. Pero no podía, sus aletas estaban atrapadas por el peso del acolchado de plumas. Entonces la niña imaginaba todas las noches una fauna de monstruos marinos voraces que serpenteaban debajo de su cama. Los destellos plateados a veces la despertaban en medio del sueño. Una cacería de cetáceos que se despedazaban entre sí en busca de la presa mayor, la niña de ojos cerrados hundida en el fondo de la cama de su difunta abuela. A lo lejos el espejo reflejaba la luz naranja del neón de la calle. El faro a veces barría su cara y la niña podía ver la costa. Pero la mayoría de las veces no, y naufragaba.