jueves, 26 de septiembre de 2013

La niña del rayo



Bonita, te traje un tapercito. Milanesas con puré. No me pongas esa cara. No se puede comer tanta fritura, te hace mal a la piel. Lo tengo acá en el bolso, en cuanto se vaya la gente te lo paso. No me hagas pucherito, no podemos exponernos. Acordate cómo me sacó el guardia la otra vez. No pude volver por dos semanas. Sola en casa mordiéndome los codos, imaginándote acá en tu cuna extrañando a mamá. Lo que habrás sufrido, mi ángel, pensando que no volvía, que te iba a abandonar. Tu mamá nunca te va dejar. Vos sos mi vida. Jamás nadie nos va a separar. Nadie. Jamás. Tenía que dejar pasar tiempo para que el hombre ese se olvidara de mi cara. Por eso ahora a cuidarse más. Nada de pasarte comida antes de que se vacíen las salas. Si me vuelve a ver me denuncia, dijo. Pone mi foto en la boletería y no puedo entrar nunca más a verte. ¿Me comprendés? Ellos no saben lo nuestro. Qué les vas a decir. No vale la pena. Son guardias. Vigilantes, todos iguales. Los conozco muy bien. Con los vigilantes no se explica. Y con los boleteros menos. Ellos venden entradas, cuidan sus posesiones. Te imaginás que yo para su negocio represento un riesgo inmenso. Se llega a enterar alguien de esto y se les acaba todo. Los mandan a ustedes para otro lado y tienen que cerrar el museo. ¿O creés que alguien va a venir acá si no fuera por vos? Para verte a vos vienen. De todo el país, de todo el mundo. Mi nena es la estrella de este lugar. Vienen a ver tu carita de angelito que mira al cielo iluminada para siempre por el rayo que te marcó. Ese mismo que te señaló y me hizo saber que eras vos. La marca indeleble que nos unió para siempre. En cuanto te vi lo supe. Tantos años deseándote. Imaginándote. Cuando una está encerrada tiene mucho tiempo para pensar. ¿No es cierto? En eso nos parecemos, mi alma. Las dos encerradas, privadas de nuestra libertad. Vos acá esperándome y yo allá pensándote. Por eso, qué les vas a explicar a estos brutos. No entienden nada. Lo único que quieren es que la gente siga haciendo cola en la puerta para verte. A vos y a los otros chiquitos, pobrecitos, mi alma. Porque vienen por los tres. ¿Vos creés que ven alguna diferencia? No, olvidate. Vienen a ver cómo se les ve la muerte. Los imaginan muertos.  No entienden nada. Les da lo mismo si estás vos, o cualquiera de ellos. A mí, no. Yo te quiero a vos. No seas celosa, vos sos mi hija y eso no te lo saca nadie. Tu lugar en el corazón de mamá es tuyo solo y de nadie más. Yo te elegí. Pero tus compañeritos no tuvieron tanta suerte. La vez pasada me ilusioné viendo a un señor que me pareció que había adoptado a la doncella. Tan preciosa ella. Venía muy seguido el hombre. Bien, arregladito, se notaba que tenía clase, dinero. Le podía dar un buen pasar. Pero después me empezó a llamar la atención que nunca venía la esposa. Decí que yo sé como son los hombres. No me engañan tan fácil. Ya no. Ahora soy madre. Te tengo ahí. Te veo, te oigo. No te puedo abrazar pero te tengo. No te puedo llevar a casa, pero sé que estás bien. No muy bien, pero sí bastante bien. Ya sé que estás muerta de frío, pero eso es ahora, en cuanto se vayan todos yo lo soluciono en un santiamén. Giro la perillita y listo. Pasa que ésta gente está obsesionada con mantener el frío. Dicen que si les cambiaran la temperatura que tenían allá arriba ustedes se desintegrarían. No tienen ni idea, hija. No te alarmes. Vos y yo sabemos muy bien que eso no es cierto. Si yo todas las noches se las subo para que puedan dormir en paz y ustedes siguen lo más bien. Falta poquito, mi alma, tenga paciencia, ya van a ir cerrando. Hoy ha venido mucha gente por las vacaciones de invierno. El que no viene nunca más es el degenerado ese que te estaba contando. El de la Doncella, pobrecita chiquita. Porque es una nena. Tendrá quince años pero aún es una nena. Basta con verle la cara. Hay que tener un cuidado. Los hombres son muy asquerosos, mi vida. Por eso yo te insisto que no te acerques a ninguno. Por más que te ofrezca lo que sea que te ofrezca. Al tipo aquel si yo no lo denuncio andá a saber lo que le hacía a tu compañera. Se tocaba las partes. No quiero decirte. Hacía cosas sucias. Fue una noche que vos te dormiste más temprano y yo me fui a dar una vuelta por las otras salas. A veces me agarran ganas de moverme un poco, sabés. Vos porque estás acostumbrada a quedarte quieta pero para mí no es fácil. Me agarra un hormigueo por todo el cuerpo. Entonces me voy despacito para que no me escuches. No te enojes, ya te dije que soy tu mamá y nada puede cambiar jamás el amor de una madre por su hija. Ni siquiera cuando esta sea una hija adoptada. Más aún. Mirá lo que te digo. Con mayor razón cuando se trata de una hija adoptada. Porque yo te elegí  a vos. Ah ¿viste? Ahora sonreís. Y claro. Otra cosa es cuando viene un hombre, seduce a una mujer, la engaña con palabras bonitas, esconde las garras para que sus caricias sean suaves, y luego pega el zarpazo y la embaraza. ¿Te conté el cuento de caperucita y el lobo? Te gusta. Ya te lo voy a volver a contar. Ahora quiero terminar con esto si no me disperso y no termino de enseñarte algo muy importante de la vida. Porque acá mi cielo si no te cuido yo quién te va a cuidar. Porque tu familia biológica ya sabemos...  Bueno, eso. La biología. Al cabo de nueve meses la pobre mujer termina pariendo un hijo. O hija. No puede elegir nada. Ni el sexo, ni la cara, ni las mañas. De hecho puede ser un calco mismo del mismo fulano engañoso que de lobo se transformó en pájaro, y se sabe que pájaro que comió voló. Y la pobre mujer se tiene que pasar toda una vida viéndole la cara a aquel pajarón reflejada en la de su pequeño pichón que está obligada a querer. Porque eso sí, querida. Nadie duda que las madres deben amar a sus hijos. Es obligatorio. Aunque no lo quieras igual lo amás. Porque de lo contrario nadie nunca te va a querer a vos. Por eso, como te explicaba, a mí eso no me pasa. Yo amo a mi hija porque la elegí. Podría haber elegido al niño, o a la doncella. Te dejan adoptar adolescentes también. Si no mirá al degenerado ese que simulaba adoptarla. Yo misma lo vi con mi propios ojos. Se tocaba. Estaba todo silencioso, yo me fui en puntitas de pie despacito a visitar a tus compañeritos. A ver si tenían hambre, si necesitaban algo. Y cuando entré enla sala de la doncella lo vi. Iluminado solo por la luz de las vitrinas. Me tengo que acordar de eso también. Cómo los van a dejar toda la noche con la luz prendida como a las gallinas. Pobrecitos. El degenerado estaba agachado, la miraba desde abajo para ver sus partes íntimas. Estaba con toda la cosa afuera, los ojos cerrados, la respiración agitada, un hilo de saliva le corría por el costado de la boca abierta. Y ella pobrecita tan doncella, pero con la pollera bastante corta. Habrás visto. Que si te fijás entre las piernas, desde abajo se le debe ver lo suyo. No sé porqué la dejaron así vestida. Habrán pensado que allá arriba en la montaña nadie la iba a agarrar, pero si la eligieron por su virginidad, precisamente, deberían haberla cuidado un poco más. Claro que andá a saber qué se iban a imaginar aquellos que estos otros los iban a traer para acá. Pobrecita la chiquita. Y tan quietitos que se quedan ustedes. Porque ni taparse podía. Tiene sus manitos sueltas sobre el regazo ella. No se las taparon como a vos. Por eso yo me pregunto por qué no hace un esfuercito y se baja un poco el vestido, se tapa. No tiene quien le enseñe, chiquita. En cambio vos me tenés a mí. A vos no te va a pasar jamás aquello. A ella tampoco, ojo. Por lo menos no con aquel. Pegué un alarido que saltó hasta el techo y salió corriendo con la cosa y todo afuera. El susto le va a servir para algo, espero. La cuestión es que no vino nunca más. Igual yo vigilo, por las dudas. Cuida tanto a mi hija como a sus compañeritos. No eas celosa. No olvides nunca que mami te eligió a vos y no a otra. O a otro. Ni a nadie de acá, ni de afuera. Ni a tu hermano. Porque si hubiera vivido hubiera sido tu hermano, mi amor. Pero no te asustes. Mami se encargó de que no tengas jamás a un hermano. La misma cara del hijo de puta tenía ese chiquito. Endemoniado desde el vientre. Lo sentía crecer adentro y yo ya sabía. No podía ser de otro modo. Porque el hombre cuando te planta su simiente es para que vos lo prolongues. Como la mosca. Deja el huevo, y se va. Total sabe que va a salir otra mosca igual. Se desparraman en cientos. Miles. El hombre conquista, la mujer resiste. Cuando puede. Yo no pude. La doncella tampoco. Me senté en el inodoro y salió. Sentí como si se hubiera destapado una cañería. Hubiera querido no mirar, pero miré. Y le vi los ojos rojos del padre. Baje la tapa, tiré la cadena y salí. A mí ese no me iba a obligar a seguir viéndole los ojos con los que me agujereó las tripas. No iba a tener su hijo pero podía tener otros. Eso lo aprendí sola. Nadie me lo enseñó. Porque yo sabía que podía ser una gran madre. Por eso te elegí mi chiquita. Y mirá que te busqué mucho. ¿eh? Una madre tiene que tener paciencia. Saber esperar al hijo que sabe que se merece, no al que le encajan. Ya se fueron, mi amo. Por fin estamos solas. ¿Querés comer?
Bibiana Ricciardi