domingo, 24 de febrero de 2013

“Usted está aquí” – Km 11.125




Km 11.125 - Plaza San Pedro, Ciudad del Vaticano. Roma. Italia

La plaza es la más grande de todas. La madre de todas las plazas. Cumple con la ley urbana, tal como Dios manda, tiene una iglesia enfrente. De hecho la plaza es la iglesia misma. Sin embargo no es. No es cuadrada. No tiene pasto. No es monumental. No es inabarcable. Basta un solo vistazo circular. ¿Y esto es la Plaza San Pedro?
Un espiral humano, serpiente sobre su propia cola, vibra ocupando gran parte de la superficie sagrada. Rumor de cascabel. Babel sin torre. Millares de turistas pugnan por su lugar para entrar a la iglesia. La madre de todas las iglesias. La basílica. La más grande y bella. La más sagrada, la del mismísimo San Pedro. El mostrador de lujo en el que la presencia de Dios está garantida. ¿A cuánto el centímetro de ilusión?  Llovizna sobre los fieles, y sobre los infieles también. Creer o reventar. La pareja arrastra los pies intentando no reventar. ¿Es eso el Vaticano? Los ojos criados en la inmensidad pampeana no logran maravillarse con el espectáculo. Obelisco, fuente, columnas, estatuas.  Gente, sonidos inteligibles. Rosarios. Fe. ¿Qué esperan? La basílica es el único espectáculo gratis en el vaticano. Detrás suyo un señor interrumpe su lengua desconocida para increpar en perfecto inglés a otro que ha intentado colarse. El intruso se aleja. Código universal. Cada uno vuelve a su propia burbuja idiomática. Un cura se acerca solemne, circunspecto. Joven, elegante sotana. El hábito hace al monje. Se ubica junto a la pareja.
-- ¿Les molesta si simulo estar con ustedes?
El tono castizo, suave disfraza lo soez de la intención. La pareja ya ha cumplido más de una hora de cola y probablemente en cinco o diez minutos estarán entrando a la Basílica. Código universal.
-- Acaban de sacar a uno que quiso colarse.—contesta el marido.
-- Si os molesta me pongo al final, no quiero forzarlos. La decisión es vuestra.
-- Si a vos no te molesta…  Digo con tu propia conciencia y con tus creencias.
El cura esgrime argumentos irrefutables, cierto derecho corporativo que los de su oficio no poseen, sin embargo el rezo para ellos es su herramienta de trabajo. Los demás venían por curiosidad, lo suyo en cambio es profesional. ¿El tipo de verdad cree que su rezo allí adentro se elevará más rápido? La charla continúa amenizando la espera. La palabra es la herramienta. A la pareja le alcanza con hablar para ser cómplices del ilícito del sacerdote.  Los de alrededor ni siquiera distinguen las diferencias de la inflexión del idioma de uno y el de los otros.
-- ¿Quereís que os saque una foto? Por lo menos os pago así la ayuda.
El hombre se quita la correa del cuello y le alcanza con extremo cuidado la cámara al cura. Abraza a su mujer y sonríe a la lente, pero la cámara ya no está allí.  El cura corre arremangando su sotana, perdiéndose en el espiral humano.
Bibiana Ricciardi