martes, 4 de noviembre de 2014

Doscientas palabras - Vicedirectora


Un murmullo en su oreja. Ni el zumbido de una mosca. O mosquito, que para el caso hubiera sido igual o semejante. Intentó recordar los ejercicios practicados en el sillón de la terapeuta. No debía perder la concentración. Tenía toda la fortaleza y autoridad necesarias como para desarrollar su tarea con dignidad. Todavía ni había llegado al punto álgido que habían subrayado con la Doctora Benítez, cuando tenía que levantar levemente la voz con un dejo de emoción, pero también con la firmeza que su cargo exigía. A la rubia la tenía más vista. A la otra no lograba recordarla. Madres, peores que sus hijos. De qué se reirían. Antes hubiera sido más fácil, la mayor difícultad habrían sido los alumnos de la última fila. Se palpó la ropa sin dejar de leer. La petaca estaba en su lugar. ¿Olerían algo? Había tenido que dejar la pastilla de menta sobre su escritorio. Menta con eucalipto. Por dónde iba. La parra ya estaba. Doña Paulina también. Dónde. El murmullo crecía. Mutaba se apoderaba de ella, de su aliento, de su discurso y hasta de Sarmiento. No podía, la Doctora Benítez entendería. Guardó las hojas en su bolsillo y corrió al baño.