lunes, 21 de julio de 2014

Doscientas palabras

Martín pescador


El pequeñito corre junto al agua, la madre intenta contenerlo. En el estanque las truchas saltan tentando a su presa. El sol fuerte del mediodía adormece los sentidos. Quién iba a imaginar semejante temperatura en vacaciones de invierno. Guantes, camperas y bufandas se amontonan junto al puentecito de madera podrido por las lluvias pasadas. Ya nadie las recuerda, el pasto reseco baja desde la sierra. Los niños arrojan sus cañas. La madre esquiva anzuelos, ataja al chiquito. Los peces acechan en el fondo, asoman su lomo, adoban la espera. Las cañas pasan de mano en mano, la impaciencia crece. El estanque baila su danza diaria de hipnosis, el sacrificio tarde o temprano se consumará. Inflexible ley acuática. Se acercan al anzuelo pero no lo muerden. En un salto de tantos el agua cambia su ritmo. Un niño grita feliz, ataja su trofeo que se retuerce ente sus dedos. Y otro, y su hermana. La madre corre de uno a otro. En un instante el balde completa la cena. A nadie sorprende la perfecta sincronización de los peces que sacrifican su vida al unísono. La trampa se ha cerrado, la madre podrá llevarse pescados y niños pero el último no pasará.