La cara de Dios
de Bibiana Ricciardi
Señorita, le pido respeto. Está
usted hablando con un ministro de Dios. Sabrá que en mi profesión se puede
dejar de ejercer, pero el título se conserva de por vida. Lo mío ha sido un
cambio hasta de lo más lógico, si se quiere. Fíjese que antes me ocupaba del bienestar
de las almas de mis semejantes, y ahora me concentro en el placer de sus
cuerpos. Usted me dirá que son elementos contrapuestos. Puede decirlo, y hasta
escribirlo en su periódico, si le parece. Pero yo sé muy bien que no es así.
Que fue en búsqueda de mayor riqueza
para sus almas, que tuve que acudir a la sensualidad de los cuerpos. Difícilmente
puedan servir bien a Dios un hombre, o
una mujer que no están satisfechos con su propia sexualidad. ¿Usted sabe que el
cincuenta y siete por ciento de las mujeres nunca ha logrado un orgasmo?