miércoles, 21 de abril de 2010

Verde Hopper

VERDE

-- No miro.
Derechita. La espalda.
No tanto. Casual.
Ahora un sorbito, despacito. Tranquila.
No es tarde.
No pueden ser más de las seis.
La puerta.
Sorbito. No.
Todavía no. ¿Si se termina?
¿Entró?
Entró.
Mira. Pasea la mirada por las mesas. Me busca. Teme que yo no haya venido. Pasa sus ojos por mí. Pero estoy tan relajada. Como si no esperara a nadie. No me ve. Él busca a una mujer ansiosa. Cree que yo estoy mirando hacia la puerta pronta a levantar la mano y decir “Aquí, mi amor. Al fin llegaste”. Pero no. Estoy serena. Mi cuerpo no espera. Ni me he sacado el tapado. Soy una mujer que entró a calentarse un poco con una taza de café.
Sorbito. Ahora sí.
Media taza. Paladeo. Sólo vine a saborear un café. Pero estoy de paso. Alguien me espera en mi casa. No me puedo detener tanto tiempo en el placer del sabor.
Placer. Disfruto. No me ve porque disfruto. Me sigue buscando. Sus ojos indagan el espacio con alarma. ¿Me habré ido? Aquí no hay ninguna mujer acechante, pronta a llorar, a recriminar. No me encuentra porque no sabe buscarme.
La puerta.
Se fue.
No miro.
Vuelve a su hogar angustiado. ¿Aliviado? Se recrimina. Una vez más la hizo esperar. ¿Le intriga saber si ella habrá estado a las cinco puntual? No. Sabe que sí.
Cinco menos cinco.
No me vio. Vino pero no me vio. Y yo no lo llamé. No lo miré. Lo dejé ir.
El café está frio.