Viernes 31-1-14
Agua
El rumor lo despertó de la siesta. Parecía agua. Gotas espesas, abundantes. Golpeaban el techo, pegarían en el vidrio si la ventana de su cuarto estuviera cerrada. Pero como iba a estarlo. Nadie con dos dedos de frente lo haría. No porque fuera a entrar brisa, no. No había nada que mitigara el calor en el infierno. Quien nace con una fogata por cuna no se molesta en calcular la temperatura. No hay diferencia entre cincuenta grados y cincuenta y tres. Sin embargo, al mediodía las vecinas corrían a levantar los vidrios de sus ventanas. Aún sin esperanza de brisa. Lo hacían por seguridad. Para evitar la rotura de vidrios provocada por la desorientación de los pájaros. Las aves resisten menos que los humanos. El calor las enceguece y terminan chocando contra las paredes. Cuando bajaba el sol las vecinas salían a juntar los cuerpitos.
¿Llovía? El hombre se sacudió la modorra. No podía estar lloviendo. No en esa época. No hasta dentro de seis meses, cuando la lluvia y el agua los taparían. Entonces se asomó por la ventana y vio la fuente. Había olvidado esa exhibición obscena a la que los habían condenado desde que tenían agua corriente.
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