jueves, 29 de agosto de 2013

Monólogo del ciclo Rioplatensas - El horror de la sima (a partir de Delmira Agustini)

de Bibiana Ricciardi

I.
¡Qué silencio!
¿Es esto una boda o un funeral?
Sonría madre. Usted también padre, que un casamiento no es el fin de nada. Espero. Yo siempre seré su niña. Puedo ser blanca. Permanecer impoluta.
Y roja, tinta roja que tiñe mis mejillas y mancha mi poesía. Puedo. Puedo ser ambas.
Si pudiera leer mi poesía, madre. La lee, lo sé. ¡Jamás me ha faltado su apoyo! La lee ciega, sorda y muda. Me ha cuidado tanto. ¿Quién lo hará ahora? Uno que usted no ama. Ni yo, creo. ¿Cómo podría amar a quien me aleja de la poesía? ¿Cómo puedo casarme con quien ni siquiera me lee? Por lo menos sabrá cuidarme de los libros que usted no me ha quitado. Tanto acompañarme a los salones, que no viera hombres en su ausencia. ¡Madre! Los veía a hurtadillas, a toda hora. Hasta de noche en mi cama virginal. Saltaban de los libros, de esos que usted me incitó a leer. Subían por mis ojos, se instalaban en mi cabeza. Ay si pudieras olvidar que conocí el fuego. Si pudiera casarme enamorada.
"En la húmeda torre, inclinada a mí misma,
A veces yo temblaba
Del horror de mi sima"
Temo, padre. No me mire así. Sonría, no podría casarme sin su apoyo. El cura espera, deme su bendición. Madre, usted es mujer. Debe entenderme. Sólo nosotras sabemos cuán profundo es el abismo. Virginal pitonisa de Eros, acá me ve. Partida al medio en el mismo día de mi boda.
¿Ha venido él? ¿Lo han visto?
No me refiero al novio, madre. Su aspereza ya no me eriza. Raspa. ¿Cómo puedo ser suya? Cómo puedo mirar al novio si es al testigo de la boda al que prefiero. Manuel, que brilla con luz propia. Y sus palabras alborotan las mías. Él, lejano, distante. Menos bello pero más atractivo. El otro, el que viene del otro lado del ancho río. El que navega las aguas de los siete mares para dejarse caer cada tanto en Montevideo alterando su simiente que anida en mi alma.
"Si la vida es amor
quiero más vida para amar"
¿Ha venido, madre, el Testigo de mi boda? ¿Lo han visto?


II.
¡Qué silencio, madre! Ni un sollozo.
¿Es esto un funeral o una boda?
"Los sueños son tan quedos
que una herida Sangrar se oiría"
No quisiera manchar mi vestido. No se viste de blanco la divorciada. No celebra el fallo en un cuarto de alquiler con su flamante ex marido. No tienta la fortuna.
Mi amado me ha escrito de lejos. Siempre tan lejos. Asuntos tanto más urgentes que mi imperiosa rima. Dice que la humanidad está enceguecida de odio, que la violencia no ha terminado. No sabe, pobre. Cree que la poesía puede esperar. Escribe orgulloso. Defiende sus ideas con fervor, mientras a mí se me pudre la poesía en la lengua.
Me felicitó, madre. Una extensa carta que ha atravesado el río. La pequeña sociedad montevideana ha sido la primera en todo el continente en promulgar la ley de divorcio. ¿Sabías? Dice que mi caso ha salido publicado incluso en la prensa argentina. Como aquí, una columna debajo de la noticia del asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su esposa Sofía Chotek, durante una visita a Sarajevo. Dice que si no fuera por aquello hubiera venido personalmente. ¡A quién puede importarle! Tanta sangre que ha regado la especie, ¿qué mal podría hacerle un gota más al océano?
Sus palabras de amor vuelan arrastradas por el viento. Imagino que bebe las aguas del Leteo. Nuestro río marrón que como aquel encierra olvido. Brisa marina que aligera el peso de nuestra pasión. Lo veo alejarse chiquito en la proa, agita con su mano el diario en el que se sumergirá en cuanto pueda. No conoce, pobre, el ardor de las palabras en el paladar. No puede imaginar la inquietud infinita que su ausencia me provoca.
¿Ha venido él madre? Manuel ¿Se ha enterado de cuán cerca me ha disparado mi ex esposo?


III.
"Copa de vino donde quiero y sueño
beber la muerte con fruición sombría"
Estimado público presente, les agradezco la deferencia. Sin su distinguida presencia mi funeral no sería tal. Sabrán disculpar que aún no he encontrado el modo de hacerme oír. Tampoco logro oírlos a ustedes. Ni verlos. Desde aquí sólo veo las borlas, y huelo la pólvora. Les ruego que hablen. ¡Rompan el silencio! Necesito oír la voz de mi amado. ¿Alguien lo ha visto? La política lo ha alejado de la poesía. Teme que se inicie una guerra que involucre a todos los países de Europa. Tan lejos, del otro lado del océano. ¿Cómo no adivinó esta otra? Esta pequeña que se libraría aquí, apenas cruzando el río. Una que yace aquí junto a ustedes, vestida de blanco. Igual que hace un año. ¿Recuerdan? Estaban también todos ustedes. Y el mismo silencio. Vaticinio fatal, no parecía boda sino funeral. Yo no podía pensar más que en él. Ese mismo que también ahora busco con desesperación. ¿Lo han visto? Era el testigo de mi boda, y yo lo amaba. Ya podrán leer la carta que le he escrito: "Piense usted que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle el otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel. Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. "
No es a mi ex marido al que busco. Si yo sé que se ha quitado la vida. Pude oír el ruido de la bala que lo penetraba mientras yo agonizaba. No es a un muerto al que busco, es a uno vivo. Uno que me abrigue, me cobije. Me devuelva el aliento.
"Tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!"