viernes, 8 de octubre de 2010

Útero


Antídoto perfecto, el ronroneo hamaca al sueño y aleja la claustrofobia. Vibración tenue, promesa de salida. Aunque falta tanto. El sonido recorre las cavidades y completa sus vacíos. Ingrávida la masa se eleva. Un niño corre, tropieza y se levanta; su cara manchada de barro y carbón. No hay que llorar, los machos se la aguantan. Un poco de tierra en la boca… ¿Sabes cuánta vas a tragar cuando seas como papá? Una mano pesada le sacude la trompa. La risa truena con aliento fuerte. La garra se palpa el cuerpo en gesto automático, y regresa  con la botellita plástica de alcohol al cien por ciento. Con los dientes la destapa y le pega un sorbo largo. Y otro. Deja caer un chorrito leve sobre la palma ahuecada. Intenta acercárselo al la boquita aplastada, pero se derrama al piso cuando la cara retrocede asustada. Un vapor se desprende del carbón de sus ojos. ¿Qué haces? La mano ahora baja con fuerza y le surca la cara. Y no me vaya a llorar que a golpes se hacen los hombres.  Para que me lo vaya aprendiendo de ahora y para siempre: el alcohol se toma, se huele, se unta. Pero nunca, nunca, se derrama.
Inspira profundo y vuelve a sentir el vaho etílico. Recuerdo olfativo que lo acuna. Duerme plácido guarecido en las entrañas de la tierra. Acurruca sus piernas y se tapa la cabeza con la frazada. No hay mejor sueño que el que se sabe eterno. O casi. La máquina no va a llegar antes del invierno. Y como en el fondo de la tierra no hay estaciones climáticas...  Más vale ir despacio. Bien sabe él que a la tierra no hay que arrebatarle nada a la fuerza. O sí, pero despacito. No digo engañándola, pero con ingenio. La voz del viejo en su cabeza lo despabila. La tierra es hembra. Si no las acaricia ni la más puta se deja penetrar. Estira las piernas y se retuerce bajo la manta. Se vuelve sobre su costado izquierdo y el ruido de la perforadora se agiganta. Es verdad que se escucha más cerca. ¿Será cierto que se acerca el día? Vuelve a proteger su oído bueno zambulléndolo contra el colchón. El derecho ha quedado malo con la explosión que se llevó al viejo, y a todos las sonidos que lo rodeaban.
Algunos estruendos sin embargo permanecen. Penetran su oído muerto y le explotan en la cabeza. Voces que sólo se apagan ahí, en el fondo del agujero. El encierro las domó. Hasta el aullido del viejo, que era el más reticente, desapareció antes de que bajara la nube de polvo del derrumbe. Pero vuelve ahora, solapado detrás de la vibración de la perforadora que se acerca.