lunes, 21 de febrero de 2011

Guardavidas


            Inspiró. El aire marino inundó sus pulmones. Expiró con fuerza; estiró sus brazos. El verano había sido su estación preferida. Colgaba los libros, y a trabajar a la playa. Guardavidas toda la temporada. Si hubiera sido por él, capaz que cambiaba la chapita de la puerta del consultorio, por los slips rojos de los bañeros. Qué épocas. Sonrió. No había quién se le resistiera. De hecho sus músculos todavía se marcaban con fuerza bajo el abrigo. A su derecha unas risitas eufóricas lo despertaron del recuerdo. Intentó verlas sin  delatarse, pero no le daba el ángulo del ojo.
            Con cuidada distracción se sacó el buzo excesivo para semejante día. Volvió a estirarse, y las risitas revivieron. Como andar en bicicleta, los movimientos no se olvidan por más tiempo que pase. Caminó hacia el mar coordinando sus pasos elásticos. Pavo real que se infla. El viento del sur amenazó su delicado equilibrio capilar. Preocupado, intentó sostener la estructura arquitectónica que el gel, con repentina rebeldía marina, se negaba a fijar.  Agudizó el oído intentando percibir la reacción de la platea femenina. Nada. Ya no lograba verlas ni con el rabillo del ojo. Giró con ansiedad su cabeza y las vio: saltaban entre las olas, jugaban entre ellas. Se adentraban en el mar intentando mantener fija en ellas la atención de quién las observaba. El viento erizaba el agua. La espuma de las olas volaba hasta la orilla enredándose en la espesa melena rubia del guardavidas que las vigilaba sonriente.   



                                                                                  Bibiana Ricciardi
                                                                                  Orense, enero 2011