miércoles, 26 de agosto de 2015
Serie arbórea - 200 palabras
Orín
Pienso en el camino descendente que hace el orín al bajar. Rebota contra la corteza. Algunas gotas escapan. Otras aceptan el orden superior. Se unen a la manada, caen. Buscan su cauce sobre la superficie romboidal. La cantidad de líquido que alcanza la base es menor que la vertida. La madera absorbe voraz lo poco que le permite el descenso vertiginoso. El resto no llega a charco. La tierra se lo devora antes.
El patio de mis recuerdos siempre está polvoriento. Meo parado, de espaldas a la casa, de frente al árbol, casi pegado al tronco. El pantalón caído sobre las piernas. Si mamá se asomara podría verme. No se sorprendería. Ella me enseñó a regar el árbol cada vez que el baño estaba ocupado. Sucedía seguido. La casa había quedado chica mucho antes de que mamá terminara de parir.
Desde el borde de la galería, de espaldas a la casa, desabotono mi bragueta. El pis demora en salir. Nadie podría verme, la casa fue evacuada. Un chorro tenue asoma, cae sobre el agua que llega ahora hasta el borde de las lajas. Contribuyo con mi grano de arena mientras miro el eco de la copa de mi árbol ahogado.
Bibiana Ricciardi
martes, 18 de agosto de 2015
Serie arobórea - 200 palabras
Pino florecido
De lejos parecía florecido. Como si el pino pudiera tener flor. La patrona no decía nada. Como si no supiera que el pino no florece. Cada primavera mas verde intenso y rosa fucsia. Con el invierno afloraba la verdad. La enredadera perdía su disfraz y al pobre pino apenas si le quedaban unas pocas agujas amarillentas para cubrir la desvergüenza de los dos. Una tarde juntó coraje y le dijo. La mujer se le rió en la cara. Como si fueras a separar a la gata cuando se queja porque el gato la monta. Bajó la cabeza. La señora no debía hablar así, era incómodo. Además no era lo mismo. El pino era hombre no va a andar sacándose a la hembra de encima. Pero se estaba muriendo, había que ayudarlo.
Esa primavera el jardín había explotado. A veces pasaba. Las ramas de la enredadera caían en cascada desde la cima del pino hasta el piso formando un útero sedoso. El jardinero buscaba a la patrona que lo llamaba desde el fondo, no lograba ver desde donde. Ella tenía las uñas pintadas de rosa fucsia, él demoró unos segundos en ver el dedo que lo interpelaba entre las lianas florecidas.
Bibiana Ricciardi
De lejos parecía florecido. Como si el pino pudiera tener flor. La patrona no decía nada. Como si no supiera que el pino no florece. Cada primavera mas verde intenso y rosa fucsia. Con el invierno afloraba la verdad. La enredadera perdía su disfraz y al pobre pino apenas si le quedaban unas pocas agujas amarillentas para cubrir la desvergüenza de los dos. Una tarde juntó coraje y le dijo. La mujer se le rió en la cara. Como si fueras a separar a la gata cuando se queja porque el gato la monta. Bajó la cabeza. La señora no debía hablar así, era incómodo. Además no era lo mismo. El pino era hombre no va a andar sacándose a la hembra de encima. Pero se estaba muriendo, había que ayudarlo.
Esa primavera el jardín había explotado. A veces pasaba. Las ramas de la enredadera caían en cascada desde la cima del pino hasta el piso formando un útero sedoso. El jardinero buscaba a la patrona que lo llamaba desde el fondo, no lograba ver desde donde. Ella tenía las uñas pintadas de rosa fucsia, él demoró unos segundos en ver el dedo que lo interpelaba entre las lianas florecidas.
Bibiana Ricciardi
viernes, 14 de agosto de 2015
Serie arbórea - 200 palabras
Salicaceae
¿Cuántos días tiene agosto? Treinta y uno. El calendario que le entregó el carnicero está en la heladera. Este año los hizo imantados. No necesita levantarse. Viernes veintiocho. Quedan tres días. Puede descansar un poco más. No mucho. A su edad no se debe descansar mucho. Cierra los ojos, flexiona las piernas. Posición fetal. Todo lo fetal que se puede ser a los ochenta y dos. Vuelta al mundo. Vida bumerang. Aunque el viejo tiene una ventaja por sobre el niño, no debe pedir permiso.
Los días de humedad se escucha algo parecido al arrastrar los pies de su madre. Por el pasillo que va a la cocina. Su voz aguda gritándole que se baje del álamo. Te vas a romper una pierna. Tiene las ramas finas. Qué se iba a imaginar pobre vieja que el árbol duraría más que ella. Más que todos. Justo antes de dormirse se le ocurrió que le pediría a su hija que cuando muera lo entierre abajo del álamo. Un trueno sacudió la tarde. Se sentó en la cama. La tormenta de Santa Rosa cómo pudo olvidarlo. Así el árbol no aguantaría hasta el final. Llegaría septiembre. Los meses con erre no hay poda.
Bibiana Ricciardi
jueves, 13 de agosto de 2015
Arbórea - 200 palabras - eucaliptus
Eucaliptus
Corría tan rápido como jamás soñó hacerlo. Un terreno escarpado, resbaladizo. No llevaba zapatillas adecuadas. No era una corredora todo terreno. Tenía diecisiete maratones en su haber pero todas sobre asfalto. ¿Por qué se habría dejado tentar por una carrera de esas? Tenía pocas cosas claras sobre sí misma, pero esa, la de qué tipo de corredora era, la tenía muy clara. Una corredora del llano, corría para espantar el susto interno, nada más. ¿Qué hacía corriendo como una desaforada? Se veía a sí misma como en ese juego de la Play de su hijo. Un alterego que alguien mueve en un terreno sorprendente. Su cuerpo giraba sorteando árboles. Porque ahora habían agregado a su loca carrera un bosque cerrado de eucaliptos. Podía oír el crujido de las ramas sobre su cabeza, su remera quedó enganchada en una punta. Llegaría a la meta semidesnuda pero llegaría. ¿Dónde estarían los otros? No se había cruzado con ningún competidor. El olor de los eucaliptos comenzaba a marearla. Algo presionaba su pecho, si pudiera frenar, se acostaría a descansar un rato, total ya le llevaba bastante distancia al resto. Una siesta a la sombra del eucalipto, la raíz saliente sería una buena almohada.
Bibiana Ricciardi
Corría tan rápido como jamás soñó hacerlo. Un terreno escarpado, resbaladizo. No llevaba zapatillas adecuadas. No era una corredora todo terreno. Tenía diecisiete maratones en su haber pero todas sobre asfalto. ¿Por qué se habría dejado tentar por una carrera de esas? Tenía pocas cosas claras sobre sí misma, pero esa, la de qué tipo de corredora era, la tenía muy clara. Una corredora del llano, corría para espantar el susto interno, nada más. ¿Qué hacía corriendo como una desaforada? Se veía a sí misma como en ese juego de la Play de su hijo. Un alterego que alguien mueve en un terreno sorprendente. Su cuerpo giraba sorteando árboles. Porque ahora habían agregado a su loca carrera un bosque cerrado de eucaliptos. Podía oír el crujido de las ramas sobre su cabeza, su remera quedó enganchada en una punta. Llegaría a la meta semidesnuda pero llegaría. ¿Dónde estarían los otros? No se había cruzado con ningún competidor. El olor de los eucaliptos comenzaba a marearla. Algo presionaba su pecho, si pudiera frenar, se acostaría a descansar un rato, total ya le llevaba bastante distancia al resto. Una siesta a la sombra del eucalipto, la raíz saliente sería una buena almohada.
Bibiana Ricciardi
miércoles, 12 de agosto de 2015
Serie arbórea - 200 palabras
Pinus
Cerró el paraguas unos metros antes de la entrada. En el hall había un paragüero, dejó los restos del suyo escondido a un costado. Se paró junto a la recepcionista.
-- Cerramos a las 17.-- dijo sin levantar los ojos. Sandra miró el reloj de la pared, eran las 16.30. La mujer también lo miró.
-- Con esta lluvia nos vamos antes.
A Sandra le hubiera gustado tener un trabajo, írse antes. Juntó coraje.
-- Tengo mi turno.
La recepcionista atendió un llamado telefónico.
-- Si no hago el test no me van a contratar.
La mujer sonrió, tapó el tubo y dijo que la psicóloga había sido la primera en írse.
-- Vive lejos. Caen dos gotas y sale corriendo.
En la punta del escritorio asomaban unos formularios. Sandra se acercó con disimulo, separó uno y se fue sin saludar. No se detuvo ni a levantar el paraguas. Cruzó corriendo bajo la lluvia al bar y se pidió un café. "En esta hoja dibuje un árbol, una casa y una persona". Sacó un lápiz y dedicó el resto de la tarde a dibujar un pino. Uno alto, más alto que la casa de su infancia. Uno que golpeaba su ventana las noches de tormenta.
Bibiana Ricciardi
Cerró el paraguas unos metros antes de la entrada. En el hall había un paragüero, dejó los restos del suyo escondido a un costado. Se paró junto a la recepcionista.
-- Cerramos a las 17.-- dijo sin levantar los ojos. Sandra miró el reloj de la pared, eran las 16.30. La mujer también lo miró.
-- Con esta lluvia nos vamos antes.
A Sandra le hubiera gustado tener un trabajo, írse antes. Juntó coraje.
-- Tengo mi turno.
La recepcionista atendió un llamado telefónico.
-- Si no hago el test no me van a contratar.
La mujer sonrió, tapó el tubo y dijo que la psicóloga había sido la primera en írse.
-- Vive lejos. Caen dos gotas y sale corriendo.
En la punta del escritorio asomaban unos formularios. Sandra se acercó con disimulo, separó uno y se fue sin saludar. No se detuvo ni a levantar el paraguas. Cruzó corriendo bajo la lluvia al bar y se pidió un café. "En esta hoja dibuje un árbol, una casa y una persona". Sacó un lápiz y dedicó el resto de la tarde a dibujar un pino. Uno alto, más alto que la casa de su infancia. Uno que golpeaba su ventana las noches de tormenta.
Bibiana Ricciardi
martes, 11 de agosto de 2015
Serie arbórea - 200 palabras
Arecaceae
Se tapó los ojos. El sol rajaba el patio. A la sombra de la palmera Pigu cerraba su campaña. Selena no lo oía, solo miraba cómo le caía ese mechón. El hermano de Selena lo detestaba. Pero ganaría las elecciones, en el colegio había mayoría de mujeres. Pigu exigiría que se levantaran las baldosas, que se sembrara pasto, que se plantaran mas árboles. Quién había dicho que se estudiaba mejor lejos del verde. El suyo era el movimiento verde, justamente. Por eso hablaba junto a la palmera, el único elemento verde del patio. Los de la colorada en cambio repetían consignas como "Desratización ya".
-- ¡Bajate de la palmera!
Le gritaron desde las ventanas de las aulas de arriba. La campaña se había puesto agresiva. Pigu no contestó, siguió hablando como si nadie lo hubiera interrumpido. Se subió sobre las raíces nudosas, reclinó su cuerpo sobre el tronco y siguió hablando protegido por la delgada sombra de la palmera.
-- ¡Bájese de ahí!
El preceptor gritó que estaba prohibido acercarse a la palmera porque estaba infectada de ratas. Entonces una rata se desprendió de una rama y cayó sobre el mechón verde que Pigu se había levantado con tanto esmero esa mañana.
Bibiana Ricciardi
Se tapó los ojos. El sol rajaba el patio. A la sombra de la palmera Pigu cerraba su campaña. Selena no lo oía, solo miraba cómo le caía ese mechón. El hermano de Selena lo detestaba. Pero ganaría las elecciones, en el colegio había mayoría de mujeres. Pigu exigiría que se levantaran las baldosas, que se sembrara pasto, que se plantaran mas árboles. Quién había dicho que se estudiaba mejor lejos del verde. El suyo era el movimiento verde, justamente. Por eso hablaba junto a la palmera, el único elemento verde del patio. Los de la colorada en cambio repetían consignas como "Desratización ya".
-- ¡Bajate de la palmera!
Le gritaron desde las ventanas de las aulas de arriba. La campaña se había puesto agresiva. Pigu no contestó, siguió hablando como si nadie lo hubiera interrumpido. Se subió sobre las raíces nudosas, reclinó su cuerpo sobre el tronco y siguió hablando protegido por la delgada sombra de la palmera.
-- ¡Bájese de ahí!
El preceptor gritó que estaba prohibido acercarse a la palmera porque estaba infectada de ratas. Entonces una rata se desprendió de una rama y cayó sobre el mechón verde que Pigu se había levantado con tanto esmero esa mañana.
Bibiana Ricciardi
lunes, 10 de agosto de 2015
Serie arbórea - 200 palabras
Ceiba speciosa
Antes de patear midió con el rabillo.
-- ¡Andá a jugar un poco afuera!
Cuando olvidaba domar su cabellera era de temer. No porque la melena le quedara mal. A Facundo le gustaba su mamá despeinada. Pero a ella no le importaba lo que a él le gustara. Ese departamento, por ejemplo. "Afuera" decía ella y sostenía la última "a" como si aún existiera el afuera con árboles y pasto de la quinta. La abuela le había dicho que se lleve la maceta con el palo borracho. Solo ella podía ver en ese palo escuálido un árbol. Decía que lo habían plantado juntos. Una semilla que había salido de un algodón. Mostraba con su mano nudosa llena de anillos como habían retorcido el pompón para sustraer unos granos que habían plantado en una maceta. Decía "maceta" como quien dice baratija. Decía que si su mamá no hubiera resuelto írse hubieran podido plantar el árbol en el fondo, junto a sus padres. Creía que Facundo no sabía que los árboles no tienen padres. Madre o padre. No se necesitan dos árboles para gestar una semilla.
Tenía buena puntería. No necesitó patear dos veces. El palito era tan delgado que ni siquiera crujió.
Bibiana Ricciardi
Antes de patear midió con el rabillo.
-- ¡Andá a jugar un poco afuera!
Cuando olvidaba domar su cabellera era de temer. No porque la melena le quedara mal. A Facundo le gustaba su mamá despeinada. Pero a ella no le importaba lo que a él le gustara. Ese departamento, por ejemplo. "Afuera" decía ella y sostenía la última "a" como si aún existiera el afuera con árboles y pasto de la quinta. La abuela le había dicho que se lleve la maceta con el palo borracho. Solo ella podía ver en ese palo escuálido un árbol. Decía que lo habían plantado juntos. Una semilla que había salido de un algodón. Mostraba con su mano nudosa llena de anillos como habían retorcido el pompón para sustraer unos granos que habían plantado en una maceta. Decía "maceta" como quien dice baratija. Decía que si su mamá no hubiera resuelto írse hubieran podido plantar el árbol en el fondo, junto a sus padres. Creía que Facundo no sabía que los árboles no tienen padres. Madre o padre. No se necesitan dos árboles para gestar una semilla.
Tenía buena puntería. No necesitó patear dos veces. El palito era tan delgado que ni siquiera crujió.
Bibiana Ricciardi
domingo, 9 de agosto de 2015
Serie arbórea - 200 palabras
Ulmus
Secó su frente. Llevaba un pañuelo de seda en el bolsillo del saco. Amarillo, color pera, había dicho ella. Se lo había acomodado con esmero al despedirlo. Vivía ahí desde siempre y allí había llevado a la mujer cuando entendió que todo sería más fácil bajo su cuidado. Llevaban pocos meses de casados pero la mejoría era evidente. La buena cocina de su esposa le había permitido sumar esos kilos que le faltaban. Ella le había comprado ese saco, y el pañuelo.
La seda brillaba pero no absorbía el sudor. Ni las lágrimas. Los hombres no lloran. Guardó el pañuelo, intentó acomodar las puntas. La imaginó retándolo. Cerró los ojos, hacía meses que no lograba dormir bien. El sol intenso se coló entre sus pestañas. Recordó las viejas siestas a la sombra del Olmo. Tomó la precaución de quitarse el saco antes de extenderse en el pasto. La brisa acarició su cara. Un sueño reparador comenzó a remontarlo hacia la lejana tierra de las mujeres bellas pero cerca de la costa una pera cayó fuerte sobre su estómago. Se incorporó, tomó el saco y continuó su camino. Comenzaba a extrañar la época en la que los Olmos no daban peras.
Bibiana Ricciardi
Secó su frente. Llevaba un pañuelo de seda en el bolsillo del saco. Amarillo, color pera, había dicho ella. Se lo había acomodado con esmero al despedirlo. Vivía ahí desde siempre y allí había llevado a la mujer cuando entendió que todo sería más fácil bajo su cuidado. Llevaban pocos meses de casados pero la mejoría era evidente. La buena cocina de su esposa le había permitido sumar esos kilos que le faltaban. Ella le había comprado ese saco, y el pañuelo.
La seda brillaba pero no absorbía el sudor. Ni las lágrimas. Los hombres no lloran. Guardó el pañuelo, intentó acomodar las puntas. La imaginó retándolo. Cerró los ojos, hacía meses que no lograba dormir bien. El sol intenso se coló entre sus pestañas. Recordó las viejas siestas a la sombra del Olmo. Tomó la precaución de quitarse el saco antes de extenderse en el pasto. La brisa acarició su cara. Un sueño reparador comenzó a remontarlo hacia la lejana tierra de las mujeres bellas pero cerca de la costa una pera cayó fuerte sobre su estómago. Se incorporó, tomó el saco y continuó su camino. Comenzaba a extrañar la época en la que los Olmos no daban peras.
Bibiana Ricciardi
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