De lejos parecía florecido. Como si el pino pudiera tener flor. La patrona no decía nada. Como si no supiera que el pino no florece. Cada primavera mas verde intenso y rosa fucsia. Con el invierno afloraba la verdad. La enredadera perdía su disfraz y al pobre pino apenas si le quedaban unas pocas agujas amarillentas para cubrir la desvergüenza de los dos. Una tarde juntó coraje y le dijo. La mujer se le rió en la cara. Como si fueras a separar a la gata cuando se queja porque el gato la monta. Bajó la cabeza. La señora no debía hablar así, era incómodo. Además no era lo mismo. El pino era hombre no va a andar sacándose a la hembra de encima. Pero se estaba muriendo, había que ayudarlo.
Esa primavera el jardín había explotado. A veces pasaba. Las ramas de la enredadera caían en cascada desde la cima del pino hasta el piso formando un útero sedoso. El jardinero buscaba a la patrona que lo llamaba desde el fondo, no lograba ver desde donde. Ella tenía las uñas pintadas de rosa fucsia, él demoró unos segundos en ver el dedo que lo interpelaba entre las lianas florecidas.
Bibiana Ricciardi