Ceiba speciosa
Antes de patear midió con el rabillo.
-- ¡Andá a jugar un poco afuera!
Cuando olvidaba domar su cabellera era de temer. No porque la melena le quedara mal. A Facundo le gustaba su mamá despeinada. Pero a ella no le importaba lo que a él le gustara. Ese departamento, por ejemplo. "Afuera" decía ella y sostenía la última "a" como si aún existiera el afuera con árboles y pasto de la quinta. La abuela le había dicho que se lleve la maceta con el palo borracho. Solo ella podía ver en ese palo escuálido un árbol. Decía que lo habían plantado juntos. Una semilla que había salido de un algodón. Mostraba con su mano nudosa llena de anillos como habían retorcido el pompón para sustraer unos granos que habían plantado en una maceta. Decía "maceta" como quien dice baratija. Decía que si su mamá no hubiera resuelto írse hubieran podido plantar el árbol en el fondo, junto a sus padres. Creía que Facundo no sabía que los árboles no tienen padres. Madre o padre. No se necesitan dos árboles para gestar una semilla.
Tenía buena puntería. No necesitó patear dos veces. El palito era tan delgado que ni siquiera crujió.
Bibiana Ricciardi