viernes, 29 de agosto de 2014

Doscientas palabras - Frágil

Retire con extremo cuidado el sticker que anuncia la supuesta fragilidad del producto adquirido. No tire la etiqueta, apártela a un costado. Puede necesitarla nuevamente al finalizar el procedimiento. Tiene ahora ante si una caja incolora. Ni muy grande ni muy pequeña, de formas conservadas, sin peso aparente. No la sacuda, tampoco tiene sonido. Confíe, el producto está en el interior del estuche. No se conoce ningún caso de ausencia, extravío o sustracción del contenido promocionado. Comprenderá que la naturaleza del objeto nos impide permitir la prueba previa a la compra en el comercio o local. El paquete que tiene entre sus manos carece de dispositivo convencional de apertura. Verá que no existe punta de ovillo. Para abrirlo no necesita raspar el borde, ni utilizar tijeras. Olvide las cintas decorativas del costado. No podrá jamás abrir el producto sin demoler su caja contenedora. Adelante. Hágalo como le plazca. Aproveche a elegir ahora que todavía puede. Una vez liberado el contenido de nuestra Caja de Amor le será imposible discernir. Por último, antes de exponerse al producto recuerde que el mismo no tiene garantía, ni devolución. Ante cualquier inconveniente derivado de su consumo recurra a la etiqueta que habrá separado previamente.

lunes, 25 de agosto de 2014

Doscientas palabras - Atributo

-- Abuela que grandes tus orejas. -- ¿Qué? -- ¡Qué grandes que son tus orejas, abuela! La niña gritó la frase con su pequeña boca junto a las inmensas orejas. La abuela protestó, sacudió la cabeza y llamó a la nuera. -- ¿Quién es esta nena, Silvia? Me dice abuela. No la vi nunca en la vida. Silvia, la nuera, mando a la niña a buscar a su padre que tomaba aire en la vereda. El calor era sofocante. A la anciana le habría afectado el entendimiento. Que su hijo se hiciera cargo, no iba ella a internar a su suegra. El hombre entró apurado, sudando. La niña detrás. -- ¿Qué pasa mamá? -- Nada, nene. -- Me dice Silvita que no te acordás que tenés una nieta. -- ¿Quién? -- Silvita, mamá. Mi hija, tu nieta. -- Hablá fuerte, querido. No escucho. El hombre se acercó a su esposa y le consultó por qué la anciana no llevaba puesto el audífono. Esa mañana había decidido dejar de usarlo, explicó ella. -- Ya no quiero oír. Esta chiquita no me deja dormir la siesta. Las bocinas de la avenida, el grito agudo de tu mujer al teléfono. Quisiera irme pero Dios no me lleva. ¿No puedo elegir el silencio mientras espero?

sábado, 23 de agosto de 2014

Doscientas palabras - Desorden cronológico

El zapato se ajustó a la perfección al delicado pie. El oficial, arrodillado junto a la muchacha, levantó sus ojos y la miró. Ella sonrió espléndida, imaginó lo bien que luciría en la fiesta que daban el sábado para elegir a la reina de la primavera. -- Tengo que llevarla detenida. La chica rió con ruido. Por qué un policía querría llevarla presa. El horno comenzaba a inundar el ambiente de olor a facturas. En minutos los obreros de la fábrica se cruzarían a buscar sus medialunas. Eugenio era muy celoso. No la quería dejar que se presentara al concurso. Si viera a aquel policía acuclillado a sus pies... Llevarla a ella detenida. Como sí fuera una niña boba que se dejaba abrazar por cualquier uniformado. Era joven, buen mozo, pero ella conocía bien las reglas del juego. No necesitaba otro hombre que la celara. -- Este zapato fue hallado en la escena del crimen. Contuvo la carcajada, mantuvo la sonrisa. Escena del crimen. Eugenio también le decía así. Vos estás para el crimen. -- ¿Cuál crimen? -- El del operario que noviaba con usted. -- ¿Eugenio asesinado? ¿Cuándo? -- Usted estaba ahí, señorita. De hecho fue elegida Reina de la Primavera, no le conviene negarse.

viernes, 22 de agosto de 2014

Doscientas palabras

Amor húmedo

La casona tenía un jardín inmenso. Desde el balcón de su cuarto no alcanzaba a divisar el fondo. A un costado habían un estanque. Agua mohosa. La humedad era su hogar. Llovía. A veces un rato, otras todo el día. El ritmo del golpeteo en la palangana metálica acompañaba sus días. El paso del tiempo medido en gotas. La niñera cambiaba siempre la palangana cada dos horas.
Después de un rato sin percusión de gota y metal la dejaba salir al jardín.  Los días eran largos. Su única actividad era la de controlar la intensidad de la lluvia. Se había hecho experta. Podía predecir con exactitud cuantas palanganas la separaban de su solaz externo. Cuando le abrían la puerta corría sin esquivar los charcos en dirección al estanque. Una vez allí, sentada en el borde mojado, hundía su mano en el agua verdosa. No esperaba demasiado. El sapo siempre nadaba hasta sus dedos.
Pero un día dejó de llover.
La niñera dejó el ventanal abierto, el cuarto se aireó. El estanque se secó.  El sapo migró, la niña creció.
Pero no lo olvidó.
Ahora besa con desesperación. Hombres de cualquier tamaño o color. Un día alguno se convertirá en sapo.

martes, 19 de agosto de 2014

Doscientas palabras





Gretel

La letra torcida. En espiral, zigzagueante. Desgranaba palabras como quien desmigaja pan. Dejaba caer una aquí otra más allá. A veces con firme intención, otras como reguero de pólvora. Quien quiera seguirla que lo intente. Si a Gretel le hubiera tocado ser Ariadna hubiera utilizado el hilo para tejer más palabras. No había monstruo voraz. Era su propia voracidad la que debía domar. Estaba atragantada. De sus manos brotaba un río de tinta espeso. De su boca apretada pendía el silencio. La palabra era tal solo en su versión escrita. Las letras entraban por sus ojos y anidaban en su panza. Se amontonaban incómodas en su pequeña humanidad. Debía deshacerse de algunas para hacerle lugar a las nuevas que bailaban a su alrededor. Empacho indigesto. Los libros la amenazaban desde el estante, ella procuraba no ver sus lomos insinuantes.
La letra con sangre entra.  Las palabras se acomodaban de día, pero de noche se las llevaba el viento. La mujer se creía a salvo leyendo de día, escribiendo de noche. Nadie la podría encontrar.  Se sentía a salvo en su torre de papel. La panza llena el corazón contento. Ay Gretel, si hubieras sabido cuan claro era tu camino textual.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Doscientas palabras

El beso

¿No recordás nada? No te creo. No pudiste olvidarlo. No hay droga que pueda borrar la huella. No pongas esa cara. Puedo con tu olvido, no con tu rechazo. Parecés el borracho que el día después se despierta con una alianza en el dedo. No voy a exagerar. No me prometiste amor eterno. Sólo me besaste. Pero un beso de esos que sellan la boca. La clausuran para siempre. En boca cerrada no entran moscas. No pude volver a abrirla. Tus labios tienen la llave. Si puedo hablar es porque te los miro. Si giraras la cabeza debería callar.
No lo hagas.
No deberías haberlo hecho. Tengo mucho que contarte. Callándome no ganaremos nada. El tiempo apremia. Ahora que sabemos cuanto nos amamos debemos pensar de qué modo seguir. No, no mencionaste el término. Una palabra no puede decir más que mil besos. Me diste sólo uno, si. Pero con la potencia de miles. Una bomba de neutrógeno. Fue justo antes de que entre tu esposa. Yo te estaba poniendo la vía, me agarraste desprevenida. La droga te aflojó la prudencia. No me había pasado jamás con otro paciente. No gires, no te vayas. No puedo hablar con tu espalda.

jueves, 7 de agosto de 2014

Doscientas palabras

Antígona

No mires, chiquita. No llores. Dónde está la mami, dónde el papá. Un cajón de madera. La cara reventada. Con lo hermoso que era el papá. Tan lindo como mi chiquita bella, ya no mires mi niña. Ese cajón no es tu papá. Ni su nombre me dejaron estampar. Una torre de nombres te voy a construir. Un palacio de palabras. Letra sobre letra, escalera caracol la tía te va a rescatar. Deme por favor un certificado con su nombre, que aquí yace el poeta al que las palabras se le hicieron balas. Dos letras. Dos consonantes no hacen palabra. Despacio señor. ¿Lo va a poner en la cinta?¿Es que no tiene otra forma de subir un cuerpo a un avión? A la niña no se la doy. Es pequeña. Perdió a su mamá, y a su papá lo encerraron en un cajón. No se apoye. Debajo de esas dos consonantes está mi hermano amado. Con estas manos lo mecí en la hamaca del jardín de nuestra casa. Con estas manos me aferro a su hija. Nadie me la podrá arrancar. La misma negrura en el mirar. En el fondo de sus ojos azules es igual a su papá.

martes, 5 de agosto de 2014

Doscientas palabras

Niña gato

Gato grande mira a niña aterrada sobre silla maciza. La chica, no el gato que acecha desde el piso con su mirada fija en los ojos desorbitados de la nena vociferante.
-- ¿Nunca viste un gato?
La señora habla con su cabello recogido en una rosca alrededor de su cabeza, y apretado por un pañuelo con pequeños gatitos siameses de color anaranjado. Es la encargada de lograr que la pequeña aprenda a tocar el piano. Pero primero deberá bajarla de la silla en la que se ha encaramado. Lleva más de treinta años educando musicalmente a las sucesivas generaciones de pianistas frustrados del barrio. Esa es la primera vez que le toca un alumno con aversión felina.
-- Si no te bajás de ahí no voy a poder enseñarte nada.
La niña no contesta. Ni siquiera la mira. No le explica que a ella el piano le gusta menos que los gatos. Tampoco le dice que el pañuelo en su cabeza es tan aterrador como la mascota. La profesora, que nunca tuvo paciencia antes y mucho menos ahora, grita:
-- ¡Te bajás ya mismo de ahí o llamo a tu padre!
La niña inspira, curva lento su lomo y salta por la ventana.

lunes, 4 de agosto de 2014

Doscientas palabras

La batalla de las cosas

El destornillador no entraba en la ranura. Lo dejó a un lado. Con los ojos y una mano fijos en el tornillo revolvió dentro de la caja de herramientas. La izquierda torpe se enganchó con la engrampadora. Apretó los labios, aguantó el dolor en silencio. No debía alertar a quien fuera que estuviera del otro lado. Tocó por fin uno más fino que encajó justo en la cabeza redonda. Giró hacia la derecha en ángulo recto. El tornillo pareció afirmarse. Invirtió el sentido y el filo se desprendió de la línea. Cayó la herramienta al piso, calló el sonido del violín al otro lado de la puerta. El ruido metálico aún reverberaba entre las paredes vacías del cuarto. Esperó a que se aquietara, sintió que su corazón también podría colarse por la cerradura que intentaba desarmar. Aguardaba expectante el violinista frustrado, contenía la respiración el vecino intruso. Cuando el instrumento retomó la escala aprovechó para continuar su tarea de desmantelamiento. No se había detenido a trazar un plan. Solo sabía que debía atrapar al violín. No al violinista, al violín. Que como el destornillador, la engrampadora, el tornillo, la cerradura, y la puerta misma libraban una batalla contra las personas.