martes, 19 de agosto de 2014

Doscientas palabras





Gretel

La letra torcida. En espiral, zigzagueante. Desgranaba palabras como quien desmigaja pan. Dejaba caer una aquí otra más allá. A veces con firme intención, otras como reguero de pólvora. Quien quiera seguirla que lo intente. Si a Gretel le hubiera tocado ser Ariadna hubiera utilizado el hilo para tejer más palabras. No había monstruo voraz. Era su propia voracidad la que debía domar. Estaba atragantada. De sus manos brotaba un río de tinta espeso. De su boca apretada pendía el silencio. La palabra era tal solo en su versión escrita. Las letras entraban por sus ojos y anidaban en su panza. Se amontonaban incómodas en su pequeña humanidad. Debía deshacerse de algunas para hacerle lugar a las nuevas que bailaban a su alrededor. Empacho indigesto. Los libros la amenazaban desde el estante, ella procuraba no ver sus lomos insinuantes.
La letra con sangre entra.  Las palabras se acomodaban de día, pero de noche se las llevaba el viento. La mujer se creía a salvo leyendo de día, escribiendo de noche. Nadie la podría encontrar.  Se sentía a salvo en su torre de papel. La panza llena el corazón contento. Ay Gretel, si hubieras sabido cuan claro era tu camino textual.