La batalla de las cosas
El destornillador no entraba en la ranura. Lo dejó a un lado. Con los ojos y una mano fijos en el tornillo revolvió dentro de la caja de herramientas. La izquierda torpe se enganchó con la engrampadora. Apretó los labios, aguantó el dolor en silencio. No debía alertar a quien fuera que estuviera del otro lado. Tocó por fin uno más fino que encajó justo en la cabeza redonda. Giró hacia la derecha en ángulo recto. El tornillo pareció afirmarse. Invirtió el sentido y el filo se desprendió de la línea. Cayó la herramienta al piso, calló el sonido del violín al otro lado de la puerta. El ruido metálico aún reverberaba entre las paredes vacías del cuarto. Esperó a que se aquietara, sintió que su corazón también podría colarse por la cerradura que intentaba desarmar. Aguardaba expectante el violinista frustrado, contenía la respiración el vecino intruso. Cuando el instrumento retomó la escala aprovechó para continuar su tarea de desmantelamiento. No se había detenido a trazar un plan. Solo sabía que debía atrapar al violín. No al violinista, al violín. Que como el destornillador, la engrampadora, el tornillo, la cerradura, y la puerta misma libraban una batalla contra las personas.