Cara y seca
De todas las caras posibles tomo una. La única. No me engaño, conozco el mercado. Parece abundar en ofertas, diseños de avanzada, paleta de colores, funcionalidad. Simula. El producto no varía, es siempre el mismo. Por eso no me detengo a elegir. Estiro la mano y tomo la primera del estante. La que menos esfuerzo físico requiere. Una que no obliga a mis pies lastimados a estirarse hasta la punta para apoyarse sobre los dedos, ni tampoco exige doblarse a mis rodillas cansadas. Una al alcance de la manos de cualquiera. Una que no veo porque aún no me he puesto la prenda y por lo tanto carezco de ojos. Podría tantearla. Descubrir la superficie de la piel, investigar los orificios nasales, la curvatura del puente. La abundancia de los labios, la sedosidad de las pestañas. No lo hago. La tomo y me la pongo. Sin más. Entonces, en posesión al fin de una boca, hablo y pido permiso para pasar al probador. Mis flamantes oídos me permiten escuchar la indicación. Asomo mi adquisición al espejo y compruebo. De todas las caras posibles sólo hay una: la tuya.
-- Me la llevo puesta.-- contesto al vendedor que pretende envolverte para regalo.