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Una fue a la peluquería. El peinado habitual, pero con la ampolla de crema revitalizadora. La otra se peinó con cuidado frente al espejo de su casa, en la cuna el bebé berreaba. Adivinaba la presencia de la niñera en la cocina. La tercera ni siquiera se peinó. A quién podría interesarle un asunto tan extemporáneo. Daba vueltas en su monoambiente intentando imaginar las caras de sus amigas. No las maquetas actuales publicadas hasta el hartazgo. Las de antes. No las conocía, ni siquiera las recordaba. El problema no estaba en la red, sino en sus usuarios. Hombre, mujeres, que necesitaban "sentir" la vida en la piel. Como si no fuera suficiente emoción la que brindaba con virtual mérito la web. Se habían encontrado un par de años atrás. Una pidió amistad, la otra aceptó. Jimena, por su parte, al ver a una comentar las monerías del bebé de la primera, y a la otra halagar las viajes de la segunda, mandó también solicitud. Veinte años sin verse, dos de relación cotidiana. A la mañana mientras calentaba el agua del mate, por la noche en la cama fría. Meses planeando la cita. No iría. En lugar de peinarse prefirió borrarlas.