Siete mil millones
de Bibiana Ricciardi
En el grupo le enseñaron a
curar el insomnio contando sus propias respiraciones. Inspiro profundo, exhalo
lento. Uno inspiro, dos exhalo. Cuando compraron el departamento en la avenida
temió no acostumbrarse al bochinche. Ahora, en cambio, lo necesita como al
agua.
Abre las ventanas para que el
ruido del tránsito tape el del llanto del bebé de los del tercero. La ciudad es
una bendición. Sobre todo para el que vive solo. Semejante piso para ella sola.
Aldo se lo había dejado todo. La casa del country, la de la playa, el auto.
Dijo que le alcanzaba con su hijito por venir. Así lo atrapó la yegua. A la
vejez viruela. Porque a él no les gustaban los niños. Ya somos demasiados, el
planeta ya no resiste tantos habitantes.
La cabeza se le va por ahí y
pierde la cuenta. El llanto agudo del recién nacido taladra sus entrañas.