Cadena
perpetua
de
Bibiana Ricciardi
Desde el balcón la avenida se ve pero no se oye. El viento sube
algunos retazos del ruido urbano. Sólidos eslabones de su cadena perpetua.
Maria sabe sostenerse del bramido lejano de un motor. Aprendió a vivir con el
oído alerta. Un bocinazo potente puede esconder los gritos de un compañero
desgarrado.
Treinta
y cinco años después la avenida todavía conserva intactos sus ruidos piadosos.
María necesitaba volver seguido. Estremecerse como una hoja ante la imponente
entrada pretensiosa del campo de detención. Por eso compró un departamentito
con balcón justo enfrente. Desde allí
arriba se veía casi inocuo.
Quien
le hubiera dicho entonces que el río también estaba cerca. Un río mudo, pura
postal. Desde la radio la voz monocorde del juez desgrana una condena eterna.
María hunde sus ojos vacíos en la inmensidad pequeña que se abisma. Levanta la
copa y brinda. ¿Podrá dejar de temer?