martes, 11 de noviembre de 2014

Doscientas palabras diarias

Ritual

El vidrio se le había incrustado en el pie. En el campito del fondo. Más que campito, terreno baldío. Estaba lleno de terrenos baldíos. Uno en cada cuadra. Al menos un par por barrio.
-¿Se acuerda de los terrenos baldíos?
No responde. No se acordará. Que cosa querrá decir baldío. Terreno baldío lo que me vengo a acordar. Yuyo hecho árbol. A la que te criaste. Lujuria salvaje, todos contra todos. La goma de auto macetero de enredadera de campanillas naranjas. La palmera de bananas incomibles asomando por la ventana sin techo. Montañas de escombros con hierros retorcidos. Bajando un bosquecito de cañas. Alguna lagartija, viboritas verdes y blancas. Orina, basura en descomposición, un volante de auto. Botellas vacías. Puntería contra el tanque. Los vidrios volaban. Me atravesó la zapatilla. Flecha, blanca. Suela fina. La vieja casi infarta. Ocho puntos. Gordos. Te cosían así en medio del grito. La cicatriz de por vida. Si me habrá servido de tema. El cuerpo desnudo, mojado, vacío. Tenés que hablar de lo que sea. Como ahora, con usted, señorita. Que aunque no me hable yo le estoy tan agradecido de que me limpie el envase para que se luzca mejor en el cajón.