martes, 16 de septiembre de 2014
Doscientas palabras
Estrategia
Las doce serían. O poco menos. Lo sé porque a esa hora el olor del tuco de la señora Berta hiere los ojos, perfora los tímpanos. Debería usted verlo. Desde que me asignaron esta esquina que vengo sufriendo el suplicio. No se ofusque. Le aseguro que sólo un sordo puede no oír semejante sinfonía de olores. Mamma mía. Lo admito, sí. Soy culpable. Caí en la trampa. Pero tengo atenuantes. ¿Quién podría sospechar de una vecina como cualquier otra? Bueno, es cierto que debería al menos haber sospechado de semejantes dotes culinarias. Las vecinas no cocinan como ángeles. Pero esta sí. Llegue a soñar de noche. Un pancito. Un pedazo de flautita chorreando salsa. No le digo un plato de fideos, no. Me alcanzaba con un pancito. El néctar entraría directo al torrente sanguíneo, un canon de sabores del Mediterráneo. Porque yo soy de familia italiana, sabe. Mi nona amasaba todos los domingos, mi nono traía la albahaca. No soy un improvisado, sé de lo que le hablo. El día del robo al banco ella abrió la ventana desde temprano. ¿Se da cuenta? El tuco literalmente violaba mis fosas nasales. Entonces abrió apenas la puerta y me dijo:
-- ¿Quiere probar?