domingo, 14 de septiembre de 2014
Doscientas palabras
Variaciones en do
Pasillo al fondo. Estrecho, de paredes descascaradas y baldosas flojas. Desde la entrada hasta mi casa había nueve puertas. Desiguales, tan desparejas como la pretensión de sus habitantes. Capa sobre capa de ilusiones perdidas. Un tubo multiforme, con globos de humedad, manchas de moho, negrura urbana y grietas en las que se quedaban a vivir los yuyos, sin que nadie discutiera su derecho a instalarse en semejante incomodidad. Me hubiera gustado oír mis pasos retumbando en la oscuridad. El pasillo de mi casa era mudo. El ruido sólo podía olerse. La humedad cantaba los coros, las voces centrales eran la fritanga grasosa de la puerta sin ventana, el amoníaco de la azul, el cigarrillo concentrado de la reja oxidada. El perro de la puerta nueva doble hoja ladraba un aroma a encierro y falta de baño. Atravesaba el pasillo a oscuras, guiado por el coro. Me hundía en la entrañas de la ciudad con la esperanza ciega del minero que cree que logrará emerger sano y salvo. La del fondo era la mía. El nueve se disfrazaba de seis oscilando sobre su propio eje. Se había aflojado con los portazos que pegaba ella cada vez que resolvía merecer mejor suerte.