lunes, 22 de septiembre de 2014
Doscientas palabras - Poca monta
El sol bajaba. ¿Serían las cuatro, las cinco? Aproximadamente. No era atardecer. Faltaba mucho todavía. Pero la luz ya se veía oblicua, iluminando el pasto, las vacas, el alambre; perforando la nube de polvo. Ni una gota de viento. ¿Cuánto tiempo puede permanecer en el aire la huella del paso de un auto? Uno todo destartalado, bordó. Que habrá sido brillante pero ya no lo es. Uno con ruido a lata. Como escapado de una película de gánsteres de los setenta. Diez minutos como mucho. Más no. Por poco viento que halla el polvo también debe rendirse a la fuerza de la gravedad, cae. Suponemos entonces que eran las cuatro y media, y el muy hijo de puta habría pasado cuatro y veinte por la tranquera del establecimiento. Coincidía todo. Caso resuelto. Prometió irse temprano, cumplió. Yegua maldita. Como si nunca hubiera visto cristiano motorizado. Bastó verlo atravesar la tranquera para pegarse al tipo como estampilla. Lo siguió a sol y sombra. No le importó que yo la llamara desde la cocina. A la hembra le gusta el tipo montado sobre cuatro ruedas. Yo solo cuatro patas, las suyas. Y ahora que se fue tras el auto cómo mierda hago yo para ir al pueblo