Día 118
Viernes 23-5-14
Canning y Cangallo
Bajó por Cangallo. Miró el reloj y apuró el paso. Era tarde, la cita requería puntualidad exquisita. Milimétrica. Un tiempo que escapaba al reloj. ¿Para qué lo miraba? Manotazo de ahogado. De qué otro instrumento puede valerse quién intenta atravesar el tiempo. No se medía con agujas, ni con arena. Alguna señal en la condensación de humedad del aire. Un estruendo, un susurro apropiado. A veces alcanzaba con tropezar con una baldosa salida desde la época en que la calle aún estaba adoquinada. Había caminado por Cangallo todas las mañana durante siglos. A veces lograba llegar a tiempo a la intersección con Canning y podía ver un retazo de su abrigo azul marino, un resabio de moño rojo que arañaba al viento. ¿Por qué había siempre tanto viento en las intersecciones de Canning y Cangallo? Algunas esquinas de Buenos Aires tenían su propio clima. Paredes que abismaban tránsitos pisados. Senderos, bocacalles, ojos de tormentas. Bastaba con transitarlas con la mirada adelante, el paso firme. Olvidar las trampas. O al menos esquivarlas. Ignorar incluso los sonidos de interlocutores telefónicos vociferantes. Pisar con firmeza la vereda de Cangallo, detenerse en la esquina de Canning. Saber que esperarla podía ser mejor que encontrarla.