500 metros - Elcano y Álvarez Thomas, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Esperó el semáforo. Puso primera, arrancó suave, accionó las balizas, cruzó la intersección de las cinco avenidas y aminoró la marcha. El día venía escaso, pero a esa hora el bagre picaba igual. Qué sabe el estómago de economía doméstica. Buscó un lugar dónde detenerse en doble mano. Otros dos taxis le habían ganado. Por lo menos tendría con quién entretenerse mientras se clavaba una porción de muzzarella. Oscurecía temprano, parecía invierno. Tenía que empezar a traer la campera, no alcanzaba con el pulóver de Mirta. Pobre, había estado tejiendo meses. El cuento de nunca acabar: cada vez que estaba por terminar, la panza de su marido crecía otro par de centímetros. Mucha pizza, por más que el doctor prohibiera, en la calle no había solución más barata.
-- ¿Está libre?
Una mujer. O casi. Osvaldo tenía un imán con los travestis.
-- No, pibe. No te confundas, yo no llevo putos.
La mujer había sido un hombrón grandote, y todavía conservaba el porte. Osvaldo bajó del auto sin mirarla. Ella lo midió pensando en embocarlo. El taxista le dio la espalda bajándose el suéter, que insistía en arremangares sobre su abdomen. Un punto se había saltado y comenzaba a destejerse. La chica se alejó por la avenida. El taxista entró a la pizzería. Los colegas aprobaron la acción en silencio. Una cosa es que la calle esté dura, y otra muy distinta es andar levantando travas.