San la Muerte
de Bibiana Ricciardi
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¿Qué me mirás?
El
interpelado sonrió. En el patio del penal se amontonaban del lado del sol una
decena de hombres. Aprovechaban las dos horas diarias de exposición solar que
les permitía la disposición del edificio. Ubicarse en la rutina carcelaria era
la primera regla de supervivencia. El recién llegado marcaba su espacio, no le
gustaba ser observado. Debía ser el primero en marcar la cancha.
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No te miro, te aviso. Me estás haciendo sombra.
La
franja delgada de sol obligaba a los reclusos a ganarse a la fuerza el derecho
a broncearse. El nuevo no contestó. Se quedó inmóvil unos segundos, prolongando
su sombra sobre el veterano. Luego arremangó su camisa como al descuido.
Despacio, hasta el hombro. Un bello tatuaje de San la Muerte quedó al
descubierto. El otro lo observó y trocó su sonrisa en carcajada.
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Acá adentro no te protege. Cada uno tiene su propio pacto.