Sequía
de
Bibiana Ricciardi
Un pedazo de postal monocromática asomaba por
el ventanuco del consultorio improvisado. Hacía más de cuarenta años que el
hombre había gritado su juramento hipocrático. Lo suyo era un sacerdocio más
que una profesión. Era de los que creían que se podía tapar el sol con un dedo
--o por lo menos lograr un punto de sombra, lo cuál en ese desierto senegalés significaba
bastante--. El viento colaba la arenilla a través de las bisagras. El doctor
bajó la vista y enfrentó enérgico a la mujer.
-- Tu hija se muere. ¿No vas a
hacer nada?
-- Tengo siete hijos y otro por
venir. Si esta se muere, se muere.
La pequeña diminuta, consumida, movía la
inmensa bóveda de sus ojos de un rostro al otro sin dar signos de comprender su
sentencia a muerte.
-- Es Dios el que debe mantener a los niños.—agregó
la madre.
El hombre, cansado, olvidó su juramento.
Inspirado
en: http://internacional.elpais.com/internacional/2012/04/09/actualidad/1333968979_264431.html