El viejo oficio
de
Bibiana Ricciardi
A media mañana le daba un sueño de elefante. O
de elefanta. Como si el paquidermo y su hembra se le colgaran ambos de los
párpados. Se tiraba un ratito en el sillón del living. Le gustaba empollar. Estaba
cursando su sexto embarazo subrogado. La ley no permitía más que dos. Qué manía
la de los jueces de meterse en todo. Si el vientre era de ella, qué les
importaba. La abogada decía que era para evitar que se transformara en un
negocio. ¿Y qué tenía de malo que lo fuera? Ella trabajaba con su cuerpo y
cobraba por hacerlo, por más que no estuviera permitido. Como las putas. De
hecho era la más cara, y jamás le faltaban clientes. Tenía un ADN envidiable
que exhibía con orgullo a los solicitantes. Muchos de sus clientes no hubieran
podido jamás gestar un producto de la calidad del que ella les brindaba.