Peinado
de
Bibiana Ricciardi
Peinó su cabello con esmero. Gómez adoraba su pelo.
Qué cosa, los hombres son tan raros. Parecen niños, la única manera de tenerlos
tranquilos es darles todo los gustos. Marita había aprendido la lección a
fuerza de golpes. Dos costillas rotas, fisura anal, siete puntos en la mejilla.
La cicatriz le servía para que las chicas nuevas le creyeran. Había mucho menos
daño en dejarse, que en resistir. Gómez también la premiaba por eso. Le decía
que era su mejor entrenadora. Con lo famosa que se había vuelto ahora que la
mamá andaba agitando el avispero con el asunto de la desaparición de su hija,
quién no le iba a hacer caso. Me lo dijo Marita. Cepillaba de arriba hacia abajo
con fuerza. Una raya oscura indicaba que debería volver a teñirse pronto.
Observó con detenimiento el crecimiento de la raíz, una cana brillaba acusadora.
¿La liberarían cuando fuera vieja?
Inspirado
en: Clarín (3/4) – Diez años de la desaparición de Marita Verón