lunes, 31 de mayo de 2010

Madre hay una sola

Debí haber escuchado el consejo: “nunca digas nunca”. Desde niña supe que yo no sería madre. No es obligatorio serlo y prefería obviar el paso. No jugaba a las muñecas, jamás tuve una mascota, no existía ningún bebé en mi familia, y yo no pensaba innovar. No en ése sentido; tenía muchos otros importantísimos planes para mí misma. Pero, sin embargo, antes de cumplir los 20 me encontré con una muñeca pepona llena de rulos entre mis brazos. No podría contar ni cómo fue que sucedió. Por supuesto que sé de qué modo exactamente llego la gorda a mis entrañas; conozco perfectamente la teoría, pero el problema es la práctica. Tanto es así, que desde entonces he dejado de practicar. No puedo perjudicar al mundo de tal modo. Por eso le pido su ayuda.

Mi hija es fea, gruesa, granosa, envidiosa, sosa y perezosa. Y no juego con las palabras, ellas se combinan solas para poder describir con más soltura semejante desatino de la naturaleza. Usted podrá creer que exagero, o que me encarnizo con ella por haberme truncado de seco tan altos planes. Tal vez sí, pero no creo. O sea, sí descuajeringó todos mis proyectos, pero eso nada tiene que ver con su fealdad, o con su maldad. Porque no se trata sólo de falta de belleza --que una cosa no tiene por qué venir acompañada de la otra—sino de un corazón oscuro y retorcido capaz de planear con saña las más refinadas maldades.

Como muestra bien vale un botón:

La nena tiene el cuarto atiborrado de libros de todos los colores. El padre se los trae sin que los pida. Si hay algo que sobra en ésta casa son los libros. Al carnicero, le sobran milanesas, al librero libros. Aunque mi gorda preferiría tener un padre kiosquero, pero bueno. No todos podemos tener lo que nos gusta. Hacía ya varios días que veía yo a la chiquita de la panadera que venía para éste lado. A veces se paraba en la puerta y esperaba sin animarse a tocar el timbre. Otras, llegaba decidida y pulsaba con fuerza. Mi gorda enseguida los cachetes rojos y se empinaba un caramelo de los que guarda en las tetas (ya me dirá usted cómo puede ser que la criatura tenga semejante delantera con lo chata que soy yo); y salía decida a atender a su compañera. Nunca la hacía pasar, pero por lo menos la recibía en casa. Llegué a pensar ilusionada que mi gorda se estaba haciendo una amiga. Y eso que la hija de la panadera es de las más bonitas de la clase: rubia, alta, delgada; una muñeca. Por fin mi gorda podía olvidar su fealdad, dejar de lado la envidia y establecer un genuino lazo de amistad y compañerismo con una niña sin fijarse, ni compararse.

Pasaron las semanas, llegó el verano y una tarde de esas que el sol atraviesa hasta los rulos del más valiente, veo por la ventana de mi cuarto a la panaderita durita en la puerta, los ojitos celestes brillando fijamente. Una sombra de sospecha me hizo asomarme.

Qué ingenua puedo ser. Porque yo sé que mi gorda es un demonio pero ésa tarde lo comprobé. La rubia no era su amiga, era su víctima. La hacía venir con la promesa de prestarle un libro de esos carísimos que deben valer lo mismo que cien kilos de pan. Pero cuando llegaba le inventaba alguna excusa para verla sufrir por la desilusión.

Parece una travesura de niños pero es más que eso. La fealdad no es más que una expresión del alma. Esa chica tiene el corazón podrido, y es por eso que yo necesito certificarme que ya no volveré a equivocarme.

viernes, 21 de mayo de 2010

Frio

Cruje el piso y abro los ojos. Respiro hondo y lento. El aire entra despacio. El frío que atraviesa mi nariz congela los pulmones. Levanto rápido el acolchado, sin pensar. La duda paraliza más que el hielo. Me levanto. La pierna derecha primero, la izquierda detrás. Me saco las medias gruesas y apoyo los pies blancos en el mosaico negro. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Los números se congelan en mi boca y sigo la cuenta muda en mi cabeza. La técnica consiste en pronunciar cada sonido en absoluto silencio. No hay apuro. No se debe pensar en un ciento sesenta y siete cualquiera, hay que recordar cada una de las aristas sonoras que hacen único al número. Termino junto con el timbre del despertador. No lo necesito, pero me tranquiliza saber que podría no despertarme sola que igual no faltaría a mi deber. No soy perfecta, puedo fallar. Los números no. La cifra crece inexorablemente. Los primeros días es fácil. Pero con los años sostener la cuenta se complica. Sobre todo en invierno.

El frío expulsa la sangre de la planta de mis pies que ya no me sostienen. Me arrastro hasta el baño sin mirar la ventana que permanece con las persianas cerradas. Tapo mis hombros con el chal grueso que cuelga de la puerta de la habitación. Puedo seguir la rutina sin abrigarme, pero el médico dice que me arriesgo a una pulmonía. No puedo darme el lujo de enfermarme. No voy a ser yo la que interrumpa el conteo. El movimiento devuelve algo de calor a mis extremidades pero el hormigueo continúa. El frío se torna costumbre. A veces debo esforzarme mucho por recuperarlo. De hecho ya no enciendo el calefón; supongo que no hay gas. Abro la canilla de la pileta sin prender la luz. No creo que haya electricidad, pero sí hay agua. Mojo la punta de mis dedos. No uso el hilo dental porque no como sólidos. Cepillo mis dientes con movimiento circular en sentido contrario a las agujas del reloj. Los de arriba, los de abajo, y la mordida. Con gran cuidado, no hay apuro. No puedo correr el riesgo de una caries. Cada pieza es fundamental. Hay que cuidar la herramienta. El chorro helado limpia mi cara que se llena de agujitas internas. Cierro la canilla y seco mi piel sin frotarla. Bajo mi bombacha cuidando de no levantar el camisón. Me siento en el inodoro y espero. El pis es un fluido resistente al frío. Espero. Relajo los músculos y comienza a bajar de a chorritos escasos. Limpio mi vagina con dos tiras de papel higiénico blanco. Apenas si apoyo el papel en la vulva. Subo la bombacha intentando no subir el camisón.

Cierro la puerta del baño y camino despacito hacia la ventana. Ésta es la parte más difícil. Son ocho pasos cortos o siete largos. Prefiero siete, pero despacio. Resisto la pulsión y me freno unos segundos junto a la ventana. La persiana pesa cada día más. Sutileza y coordinación. Sólo una rendija. Un descuido puede ser fatal. Mientras tiro de la soga que tensa las tablitas apuesto internamente conmigo misma. La ansiedad puede desbaratar el trabajo de años. Un instante crucial en el que se juega la vida entera. Una luz de esperanza calienta levemente mis manos. ¿Qué espero? Nunca logro saber qué prefiero hasta que lo veo. Sentado junto a la ventana, los vidrios empañados, sus piernas inútiles tapadas con una manta. Recién afeitado, peinado con la raya al costado, sumiso. Abre la boca y traga. La enfermera lo alimenta, él mira fijamente hacia mi ventana.

martes, 4 de mayo de 2010

Cuarto creciente

El retazo se dibuja en el ángulo derecho del espejo retrovisor. Un ojo fijo, una nariz torcida que sale de cuadro. El movimiento del auto balancea la cabeza. Dos ojos; uno mira hacia el frente el otro al costado. Algunos tienen mala suerte en el reparto. Capaz que el ojo se le escapa para no verla. Ella es fea con ganas. Yo tampoco la miro. Prefiero concentrarme en el fragmento por el que asoma un pedacito de cara con manija. Él tampoco se escapó de un concurso de belleza. La mina lo rodea entero con su brazo. Será para que no se escape. Él, aplastadito contra la puerta se deja agarrar. Ella susurra bajito. Pudorosa cara de luna. El gancho gira. Un ojo clavado en ella el otro en el espejo. Imagino su cara con anteojos negros. ¿Disimularían el portento? Podría ser peor. Él no escucha. Ella repite más alto. Así me gusta. Algunos hablan bajito para que no los escuche pero yo oigo todo. Gajes del oficio: se desarrolla un oído capaz de escuchar hasta los pensamientos. Algo hay que garrapiñar. Cara de luna dice que está contenta, que le hacen mucho bien estas visitas. El gancho se frunce, se ladea y asiente. Ella, que aunque la maltraten prefiere ir; que las otras la miran de arriba abajo; que si la envidia fuera tiña… Y debe ser tintura nomás. Los rulos que le cuelgan hasta los hombros tienen un evidente pasado oscuro que desmiente el brillo artificial. Ella sigue diciendo que nada de lo que ella tiene le vino porque sí, bien que se esforzó para conseguir todo lo que tiene. Que no es mucho, pero lo poco que es se lo pone todo junto para impresionarlas. Estiro el ojo e intento dimensionar cuánto hay. Ella esconde como si adivinara. En el angulito el gancho cabecea. El ojo se entorna despacito pero no se cierra. La luna gira enojada. Si se duerme ahora no podrá dormirse a la noche. El ojo se agita. Ella que si es que no le interesa. El gancho se queda titilando y ella retoma con fuerza olvidando mi oído. En algún momento del trayecto siempre desaparezco. Diez, doce cuadras y ya no estoy. Ella lo reta enojada después de todo merece dormir tranquila como cualquiera. El gancho baja. La luna sonríe zalamera con los ojos en línea y cierra más el abrazo. Que es por su bien. No es un bebé; dormir se duerme sólo de noche. La que no duerme nunca es la Elvira qué ojeras, pobrecita. Y esa pinta. No se arregla ni para ir a misa. Que esperaba. Pobre. Que en una de esas la muy mosquita muerta estaba enamorada de vos.

A veces me tiento. Una cosquillita interna que controlo antes de que suba. Cada cosa hay que oír. Me concentro. Ella sigue. ¿Tiene o no tiene? El brazo no entra en el espejo pero escucho. Cuando aprieta al alfeñique suena a metal. Agita la otra mano y suena más fuerte y brilla. Tiene. Ella, que no alcanza con tener hay que parecer. Que lo mejor de tener es verlo reflejado en las ganas del otro. Porque me imitan. Te habrás dado cuenta. El gancho oscila fuera de cuadro. La luna ocupa ahora todo el espejo. Ella no lo nota. O no le importa ¿Me mira?

-- Yo camino derechito y a ellas se le van los ojos. De arriba a abajo suman y sufren. Cada uno tiene lo que merece. Era tan poco que no daba para repartirlo.

Me ve cuando la miro y bajo los ojos. La luna se inclina en cuarto creciente con los bucles sobre el escote.

lunes, 3 de mayo de 2010

Comidas rápidas

TADEO: Supervisor de un local de comidas rápidas. Tiene 32 años y es el mayor del grupo de empleados que supervisa. Todavía no cumplió un año en su nuevo cargo. Le llevó siete años llegar a ése puesto.

ESTEBAN: Stripper de 23 años del boliche de enfrente del Mc Donalds. Se gana la vida bailando y desnudándose frente a mujeres histéricas

Tadeo pasa un trapo por las mesas del local de comida rápida. Esteban desde afuera lo mira y golpea con una moneda el vidrio de la puerta. Tadeo se apresura a abrir mirando hacia adentro con temor.

TADEO: Lo vas a despertar.

ESTEBAN (Gritando mientras entra) Que se despierte.

TADEO: Estás borracho.

ESTEBAN: No tomo alcohol.

TADEO: Drogado, peor.

ESTEBAN: Un par de pastillas, nada más.

TADEO: ¿Me trajiste la plata?

ESTEBAN: No tengo.

TADEO: De hoy no pasa.

ESTEBAN: Qué no pasa. Si el jefe sos vos.

TADEO: Pero hay otro jefe más jefe.

ESTEBAN: Y qué… Que me la chupe.

TADEO: Es que ya van dos arqueos con diferencia.

ESTEBAN: ¿Querés que lo cague a trompadas?

TADEO: No. Quiero la plata.

ESTEBAN: No tengo, no me rompas.

TADEO: Te vi, Esteban. Fueron dos minas por lo menos.

ESTEBAN: Y qué querés ¿que me coja machos siempre? A mí me gusta la hembra. Yo nos soy ningún puto.

TADEO: Algo te habrán garpado.

ESTEBAN: No, fue por amor al arte. Estaban buenas.

TADEO: Eran dos gordas inmundas.

ESTEBAN: Si pero cogían mejor que vos.

TADEO: Quiero mi plata.

ESTEBAN: Tengo hambre.

TADEO: Viniste tarde.

ESTEBAN: ¿Estás celoso?

TADEO: Dame mi plata.

ESTEBAN: No jodas. No tengo ni para el bondi. Dale, tengo hambre.

TADEO: Andate.

ESTEBAN: ¿Estás nervioso? Vamos para atrás que te tranquilizo en dos segundos. Cuando te ponés celosa me calentás y todo.

TADEO: Mirate. Estás reventado.

ESTEBAN: ¿Qué pensás que porque me cogí dos putitas no se me para más?

TADEO: Me van a echar.

ESTEBAN: (Gritando) Yo me puedo coger a las dos putitas, a vos y al trolo de tu jefe.

TADEO: ¡Sshhh! El sereno.

ESTEBAN: Y al sereno también me lo cojo. Traeme morfi.

TADEO: Andate. Basta.

ESTEBAN: ¿Basta qué?

TADEO: Que te corto. Que te amo pero no puedo más.

ESTEBAN: ¿Me cortás? ¿Qué me cortás? Puto de mierda. Dame toda la guita de la caja.

TADEO: (Llorando) No, mi amor. No. No me hagas esto. Andate, por favor.

ESTEBAN: Va queriendo. Trolo del orto. ¿Vos sabés con quién estás hablando? Andá traeme una hamburguesa que por ahí todavía hay tiempo para un polvo.

TADEO: (Limpiándose las lágrimas) Primero lo primero.

ESTEBAN: Tengo hambre.

TADEO: Un mimo. Nada más que un mimo.

ESTEBAN: Bueno. Chupala rapidito y después la hamburguesa.

Esteban se oculta detrás de un box. Sólo se ve su torso de la cintura para arriba. Tadeo se agacha. Esteban con una media sonrisita suficiente lo deja hacer como sin mirarlo. De golpe un dolor extremo y un grito agudísimo recorre su cara.

APAGÓN