El retazo se dibuja en el ángulo derecho del espejo retrovisor. Un ojo fijo, una nariz torcida que sale de cuadro. El movimiento del auto balancea la cabeza. Dos ojos; uno mira hacia el frente el otro al costado. Algunos tienen mala suerte en el reparto. Capaz que el ojo se le escapa para no verla. Ella es fea con ganas. Yo tampoco la miro. Prefiero concentrarme en el fragmento por el que asoma un pedacito de cara con manija. Él tampoco se escapó de un concurso de belleza. La mina lo rodea entero con su brazo. Será para que no se escape. Él, aplastadito contra la puerta se deja agarrar. Ella susurra bajito. Pudorosa cara de luna. El gancho gira. Un ojo clavado en ella el otro en el espejo. Imagino su cara con anteojos negros. ¿Disimularían el portento? Podría ser peor. Él no escucha. Ella repite más alto. Así me gusta. Algunos hablan bajito para que no los escuche pero yo oigo todo. Gajes del oficio: se desarrolla un oído capaz de escuchar hasta los pensamientos. Algo hay que garrapiñar. Cara de luna dice que está contenta, que le hacen mucho bien estas visitas. El gancho se frunce, se ladea y asiente. Ella, que aunque la maltraten prefiere ir; que las otras la miran de arriba abajo; que si la envidia fuera tiña… Y debe ser tintura nomás. Los rulos que le cuelgan hasta los hombros tienen un evidente pasado oscuro que desmiente el brillo artificial. Ella sigue diciendo que nada de lo que ella tiene le vino porque sí, bien que se esforzó para conseguir todo lo que tiene. Que no es mucho, pero lo poco que es se lo pone todo junto para impresionarlas. Estiro el ojo e intento dimensionar cuánto hay. Ella esconde como si adivinara. En el angulito el gancho cabecea. El ojo se entorna despacito pero no se cierra. La luna gira enojada. Si se duerme ahora no podrá dormirse a la noche. El ojo se agita. Ella que si es que no le interesa. El gancho se queda titilando y ella retoma con fuerza olvidando mi oído. En algún momento del trayecto siempre desaparezco. Diez, doce cuadras y ya no estoy. Ella lo reta enojada después de todo merece dormir tranquila como cualquiera. El gancho baja. La luna sonríe zalamera con los ojos en línea y cierra más el abrazo. Que es por su bien. No es un bebé; dormir se duerme sólo de noche. La que no duerme nunca es la Elvira qué ojeras, pobrecita. Y esa pinta. No se arregla ni para ir a misa. Que esperaba. Pobre. Que en una de esas la muy mosquita muerta estaba enamorada de vos.
A veces me tiento. Una cosquillita interna que controlo antes de que suba. Cada cosa hay que oír. Me concentro. Ella sigue. ¿Tiene o no tiene? El brazo no entra en el espejo pero escucho. Cuando aprieta al alfeñique suena a metal. Agita la otra mano y suena más fuerte y brilla. Tiene. Ella, que no alcanza con tener hay que parecer. Que lo mejor de tener es verlo reflejado en las ganas del otro. Porque me imitan. Te habrás dado cuenta. El gancho oscila fuera de cuadro. La luna ocupa ahora todo el espejo. Ella no lo nota. O no le importa ¿Me mira?
-- Yo camino derechito y a ellas se le van los ojos. De arriba a abajo suman y sufren. Cada uno tiene lo que merece. Era tan poco que no daba para repartirlo.
Me ve cuando la miro y bajo los ojos. La luna se inclina en cuarto creciente con los bucles sobre el escote.