El anciano está parado en la puerta de un local parecido a los otros. Dice que allí hacía la cola para que le dieran su ración diaria de leche. Muestra con los dedos cuanto era esa cantidad. Agrega que así era todos los días. Lo mandaba la mamá. Mira alrededor, mide el alcance del relato. El grupo que lo rodea duda. Una mujer los graba con su teléfono. Entonces el hombre eleva la voz, señala una ventana del edificio de enfrente y dice que una vez vio a una señora allí mirando cómo hacían la cola. Comenta que jamás pudo olvidar la imagen, sacude los ojos.
- Había muchos piojos. Yo nunca vi nada igual. Se te metían en la costura del pantalón. Cuando me lo sacaba jugaba a reventarlos golpeando los bordes.
Uno de los niños gira su cuerpo hacia la ventana igual a las otras. El anciano levanta un dedo curvo y lo sacude.
- La tipa tenía los brazos levantados -dice y levanta los suyos- Se sacaba los piojos de los pelos de la axila.- El anciano muestra la acción narrada. Tipa, dice. Y la palabra raspa la cuadra semejante a las otras en la que aquel niño había esperado su leche sin saber que aprendería a decir "tipa" muchos años después del otro lado del océano.