Un puma o dos. El invierno mostraba su garra. Varios días que no soplaba el viento. Ni una nube. Ovidio desconfiaba del sol. Ni un poco de hielo siquiera. Las ovejas gordas. El león estaba cerca. La Leona y su cachorro.
En una noche habían despachado nueve ovejas. No las comían, las dejaban tiradas, con la panza desgarrada, los ojos de vidrio. La madre le enseña a la cría a cazar.
Noche de luna, sin viento. Volverían. Debía buscar al leonero.
Ovidio ensilla lento, no le gusta dejar solo el rancho. Hace semanas que huele a trampa. La nariz grande, ganchuda. El olfato rara vez le falla. Había traído a la niña para la limpieza. Pero ahora había crecido. Erguida como el pasto al que aún no dobló ningún viento.
En el Ramos Generales se le rieron cuando preguntó por el leonero.
-- ¿Le anda rondando un puma, Ovidio?
En el brillo del viejo vio el reflejo de la lujuria de todos. Ya se quisieran esos. Volvió al rancho lento, sigiloso. El caballo del leonero estaba atado a su palenque. Ojos que ven corazón que confirma. Sin apearse volteó hacia el corral. La noche se avecinaba, no podía perder más ovejas.