Día 111
Viernes 9-5-14
Veda
Si abriera los ojos podría ver la ventana. Cerrada. Postigones de madera, cortinas pesadas de terciopelo. Verdes. Podría correrlas, abrir las persianas. Ver a través de la ventana. Aún sin abrirlos podía recordar de memoria lo que vería. Hacia arriba un rectángulo pequeño de cielo siempre oscuro. Abajo el toldo de plástico manchado por excrementos de palomas. De costado una rodaja de la torre de la iglesia. La campanada solía despertarlo los domingos. A Sebastiana no le gustaba. Decía que cuando tuviera dinero se iría del barrio. Desde su casa también se oía. Oían lo mismo. Sus departamentos estaban enfrentados. Espalda con espalda. Oían lo mismo, pero no veían lo mismo. Ella se lo había dicho un día que accedió a asomarse a su ventana. Él le creyó, no pudo comprobarlo. Ella no quiso invitarlo a su casa. Fue antes de la orden. Cuando él todavía podía abrir los ojos, las cortinas verdes, y la persiana. Pasaba todo el día sentado frente al vidrio. La vista fija al frente, clavada en la ventana de Sebastiana. Hasta que le ordenaron que ya no la mirara porque si no debería abandonar el edificio. Obedeció. No quería irse. Así al menos podía recordarla.