viernes, 30 de agosto de 2013

Monólogo del ciclo Rioplatensas - Vicio y Virtud (a partir de Trinidad Guevara)



  de Bibiana Ricciardi
1.
                Excelentísimo señor director.
                No, así no. Táchalo hija. Ningún excelentísimo. Ponle señor director y listo. Sin tanto remilgo. Que el hombre no vale más que su pasquín de porquería. ¿Cómo puede alguien olvidarse de la Trinidad Guevara?
                Toma nota para ti misma. Puede venir el día en que se olviden también de ti, mi niña. ¿Acaso piensas que yo podría haber imaginado hace 30 años que los diarios podían olvidarse de mí? No me escondas la carita que te veo en el espejo. Tu eres la única que ha heredado mi don. Y no te lo digo para que me ayudes. Que si quiero puedo escribir sola la carta. Si te pido ayuda es porque mi letra siempre ha sido una calamidad. En cambio tú... Versión mejorada. Por eso te protejo. Porque la gente no perdona el talento, ¿sabes? Y la belleza, menos. Un pecado. Y las dos cosas juntas, pueden ser una perdición. Piensas que son cosas de vieja. Yo también creía que tendría siempre el mundo a mis pies. Y sin embargo, mírame ahora. Si me permites, aprovecho para decirte que deberías enfocarte más en tu carrera. No es que te falte talento, amor mío. Es ese marido tuyo mi niña... No mires con temor. Salió temprano. A quién se le ocurre casarse con un empresario teatral. El hombre mira por su posesión, cuida lo suyo. O tú crees que él no sabe que su mujercita es una belleza. Y una gran actriz, y bailarina. Y cantante, que por suerte cantas como los dioses. Y recitadora. ¿Recuerdas el numerito que hacíamos juntas?  Ya te estoy dando la lata de nuevo, pequeña. Disculpa. Es que a veces siento que si no me escucho yo misma dejaré de existir. Ya ves, si no le explico al hombre este que todavía vivo, es capaz de volver a escribir que me he muerto. Escribe, vamos. Continuemos. Si enviamos temprano la nota capaz que mañana vuelve a salir el nombre de Trinidad Guevara en letras de molde. Dos días seguidos en la crónica, nada mal. ¿No crees? Apunta, vamos.







2.
Se ha ido, apura. Lo que tiene este hombre es que está siempre husmeando. ¿No te molesta? Te veo los ojitos de susto. Le temes. Espías la puerta. Aunque te escondas te veo en el espejo. ¿No me temerás a mí verdad? Vamos, toma la pluma y escribamos a este señor. ¿Cómo puede ser tan ignorante? Todo el mundo sabe que no he muerto. Tu lo escribes que tienes linda letra y lo firmamos ambas. No puede hacerte daño, por el contrario. La gente adora más los escándalos que el buen teatro. Sino fíjate qué pasó con lo de la Ujier. Quería quedarse con mi lugar en el Coliseo. Creyó que me iba a hundir con la publicación de ese suelto del Padre Castañeda.
"Su impavidez la arroja hasta presentarse en el teatro con el retrato al cuello de uno de sus aturdidos que, desatendiendo los sagrados deberes de su legítima esposa y familia, vive con esta cómica... esta Ana Bolena"
(Ríe) Todavía me lo sé de memoria. Eso tuve siempre. No seré buena para el canto, que es mi único defecto en las tablas, pequeñita. Por eso siempre te insistí tanto con lo del canto, y ya ves cómo no me he equivocado. Si hoy no supieras cantar... Estarías como yo, recordándole a un zonzo que no estás muerta. La gente es muy voluble. Hacen que les gusta la ópera. Tilingos. Se sienten más europeos.
" (...) Yo soy acusada, más bien diré calumniada: hambre rabiosa con que despedazan a una mujer que nunca los ofendió. El pueblo ilustrado la reputará, no como una mujer criminal, sino infeliz."
Como si una pudiera responder por lo que el corazón le manda. Porque yo amaba a ese hombre. Me perdía las tardes enteras en la costa. Huyó por agua. Cruzó el río y se volvió con su mujer. Temía al escándalo.  Lo que sí te digo es que al poco ya estaba yo de vuelta. Que al que se va sin que lo echen ... Y la Ujier esa me tuvo que devolver mi trono.
Tendrías que haber oído, mi amor esos clamores de mi vuelta.


3.
No te preocupes, ya me voy.  No llores preciosa. No tienes de qué preocuparte. No quiero afligirte. Qué iba a saber yo que volvería tan pronto. Qué hombre de mal carácter resultó ser. Los hombres pegan tres gritos, un portazo, dan una vuelta, y vuelven como si nada. Déjalo correr. Eso sí, tú con la tuya. Y no porque la tuya sea la mía justo en este caso, sino porque siempre la tuya debe ser la tuya. No es porque necesite tu firma, no. Tu dejas salir con la suya a un marido, y se envician. Quieren más, y más. Y ya no podrás torcerles el brazo. De aquí en más se hará siempre su voluntad. Si total, la nota ya está escrita. Y con qué bella letra. De pequeña el maestro te felicitaba. ¿Recuerdas? ¿Eras tú la que estudiaba con Don Francisco? ¿O era Domitilia? Ya frunces el ceño de nuevo. Pero qué quieres mi niña ustedes son seis, y yo un sola, se me confunden a veces ¿sabes? Una madre tiene sus limitaciones. Y una madre que ha transitado tantas vidas... Hay mañanas en las que me despierto sin saber si soy yo o alguna de las otras que he habitado.
"He aquí espejo de virtud y vicio
Miraos en él y pronunciad el juicio."
En el telón del Teatro de don Domingo Arteaga, en Chile. ¿Recuerdas? Estaba bordado en el telón. ¿Recuerdas? No deberíamos haber vuelto a Buenos Aires. Míranos ahora.
Me ves con desdén. Tú sientes que has dado un buen paso con tu vida en la gran Buenos Aires. Que aquí te has consagrado, tienes tu marido. Tal vez. No lo mencionemos que va a regresar. Firma rapidito y me voy, así no te ocasiono mayor daño. Yo misma hago llegar la nota al diario, y mañana volverán a hablar de la Trinidad Guevara y su hija Laurentina. Ya verás, hasta tu marido estará contento cuando vea cuanta gente ha ido al teatro. Lo que yo daría por volver a ahogarme con el humo del sebo cuando se consume. Los ojos rojos, el corazón contento. Firma, niña. Vamos no te demores. Puedo ya oír las risas en la platea.

jueves, 29 de agosto de 2013

Monólogo del ciclo Rioplatensas - El horror de la sima (a partir de Delmira Agustini)

de Bibiana Ricciardi

I.
¡Qué silencio!
¿Es esto una boda o un funeral?
Sonría madre. Usted también padre, que un casamiento no es el fin de nada. Espero. Yo siempre seré su niña. Puedo ser blanca. Permanecer impoluta.
Y roja, tinta roja que tiñe mis mejillas y mancha mi poesía. Puedo. Puedo ser ambas.
Si pudiera leer mi poesía, madre. La lee, lo sé. ¡Jamás me ha faltado su apoyo! La lee ciega, sorda y muda. Me ha cuidado tanto. ¿Quién lo hará ahora? Uno que usted no ama. Ni yo, creo. ¿Cómo podría amar a quien me aleja de la poesía? ¿Cómo puedo casarme con quien ni siquiera me lee? Por lo menos sabrá cuidarme de los libros que usted no me ha quitado. Tanto acompañarme a los salones, que no viera hombres en su ausencia. ¡Madre! Los veía a hurtadillas, a toda hora. Hasta de noche en mi cama virginal. Saltaban de los libros, de esos que usted me incitó a leer. Subían por mis ojos, se instalaban en mi cabeza. Ay si pudieras olvidar que conocí el fuego. Si pudiera casarme enamorada.
"En la húmeda torre, inclinada a mí misma,
A veces yo temblaba
Del horror de mi sima"
Temo, padre. No me mire así. Sonría, no podría casarme sin su apoyo. El cura espera, deme su bendición. Madre, usted es mujer. Debe entenderme. Sólo nosotras sabemos cuán profundo es el abismo. Virginal pitonisa de Eros, acá me ve. Partida al medio en el mismo día de mi boda.
¿Ha venido él? ¿Lo han visto?
No me refiero al novio, madre. Su aspereza ya no me eriza. Raspa. ¿Cómo puedo ser suya? Cómo puedo mirar al novio si es al testigo de la boda al que prefiero. Manuel, que brilla con luz propia. Y sus palabras alborotan las mías. Él, lejano, distante. Menos bello pero más atractivo. El otro, el que viene del otro lado del ancho río. El que navega las aguas de los siete mares para dejarse caer cada tanto en Montevideo alterando su simiente que anida en mi alma.
"Si la vida es amor
quiero más vida para amar"
¿Ha venido, madre, el Testigo de mi boda? ¿Lo han visto?


II.
¡Qué silencio, madre! Ni un sollozo.
¿Es esto un funeral o una boda?
"Los sueños son tan quedos
que una herida Sangrar se oiría"
No quisiera manchar mi vestido. No se viste de blanco la divorciada. No celebra el fallo en un cuarto de alquiler con su flamante ex marido. No tienta la fortuna.
Mi amado me ha escrito de lejos. Siempre tan lejos. Asuntos tanto más urgentes que mi imperiosa rima. Dice que la humanidad está enceguecida de odio, que la violencia no ha terminado. No sabe, pobre. Cree que la poesía puede esperar. Escribe orgulloso. Defiende sus ideas con fervor, mientras a mí se me pudre la poesía en la lengua.
Me felicitó, madre. Una extensa carta que ha atravesado el río. La pequeña sociedad montevideana ha sido la primera en todo el continente en promulgar la ley de divorcio. ¿Sabías? Dice que mi caso ha salido publicado incluso en la prensa argentina. Como aquí, una columna debajo de la noticia del asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su esposa Sofía Chotek, durante una visita a Sarajevo. Dice que si no fuera por aquello hubiera venido personalmente. ¡A quién puede importarle! Tanta sangre que ha regado la especie, ¿qué mal podría hacerle un gota más al océano?
Sus palabras de amor vuelan arrastradas por el viento. Imagino que bebe las aguas del Leteo. Nuestro río marrón que como aquel encierra olvido. Brisa marina que aligera el peso de nuestra pasión. Lo veo alejarse chiquito en la proa, agita con su mano el diario en el que se sumergirá en cuanto pueda. No conoce, pobre, el ardor de las palabras en el paladar. No puede imaginar la inquietud infinita que su ausencia me provoca.
¿Ha venido él madre? Manuel ¿Se ha enterado de cuán cerca me ha disparado mi ex esposo?


III.
"Copa de vino donde quiero y sueño
beber la muerte con fruición sombría"
Estimado público presente, les agradezco la deferencia. Sin su distinguida presencia mi funeral no sería tal. Sabrán disculpar que aún no he encontrado el modo de hacerme oír. Tampoco logro oírlos a ustedes. Ni verlos. Desde aquí sólo veo las borlas, y huelo la pólvora. Les ruego que hablen. ¡Rompan el silencio! Necesito oír la voz de mi amado. ¿Alguien lo ha visto? La política lo ha alejado de la poesía. Teme que se inicie una guerra que involucre a todos los países de Europa. Tan lejos, del otro lado del océano. ¿Cómo no adivinó esta otra? Esta pequeña que se libraría aquí, apenas cruzando el río. Una que yace aquí junto a ustedes, vestida de blanco. Igual que hace un año. ¿Recuerdan? Estaban también todos ustedes. Y el mismo silencio. Vaticinio fatal, no parecía boda sino funeral. Yo no podía pensar más que en él. Ese mismo que también ahora busco con desesperación. ¿Lo han visto? Era el testigo de mi boda, y yo lo amaba. Ya podrán leer la carta que le he escrito: "Piense usted que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle el otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel. Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. "
No es a mi ex marido al que busco. Si yo sé que se ha quitado la vida. Pude oír el ruido de la bala que lo penetraba mientras yo agonizaba. No es a un muerto al que busco, es a uno vivo. Uno que me abrigue, me cobije. Me devuelva el aliento.
"Tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!"

miércoles, 28 de agosto de 2013

Dos microficciones que integran el libro Basta de violencia que reúne los textos de 100 autoras argentinas que reflexionan sobre la violencia de género



Donde más le duele
de Bibiana Ricciardi

Leonora intenta amar a su nuevo hijo. El bebé tiene los deditos largos, iguales a los del papá. Un hombre coqueto. Había que limarle las uñas todas las semanas. Primero sus manos, después las de Tomy. No se vaya a poner celoso. Competencia extrema, el chiquito haciendo travesuras que lo enojaran, y el padrastro denigrándolo. En la casa no había violencia, sólo gritos, alaridos, discusiones. Todo se calmaría cuando naciera el bebé. Uno que fuera de su propia sangre. No del anterior. Uno que tuviera sus mismos dedos delgados. Pero no se calmó. Que le iba a pegar dónde más le doliera, le dijo. Y ella pensó en esa mano bella infringiendo dolor donde antes depositara placer. Cortó por lo sano: se fue de su casa. Ahora, aferrada a las manitas de su bebé, trata de imaginar cómo pudieron las otras tan iguales matar a su Tomás a puro golpe.

Cadena perpetua
 de Bibiana Ricciardi

Desde el balcón la avenida se ve pero no se oye. El viento sube algunos retazos del ruido urbano. Sólidos eslabones de su cadena perpetua. Maria sabe sostenerse del bramido lejano de un motor. Aprendió a vivir con el oído alerta. Un bocinazo potente puede esconder los gritos de un compañero desgarrado.
Treinta y cinco años después la avenida todavía conserva intactos sus ruidos piadosos. María necesitaba volver seguido. Estremecerse como una hoja ante la imponente entrada pretenciosa del campo de detención. Por eso compró un departamentito con balcón justo  enfrente. Desde allí arriba se veía casi inocuo.
Quien le hubiera dicho entonces que el río también estaba cerca. Un río mudo, pura postal. Desde la radio la voz monocorde del juez desgrana una condena eterna. María hunde sus ojos vacíos en la inmensidad pequeña que se abisma. Levanta la copa y brinda. ¿Podrá dejar de temer?