de Bibiana Ricciardi
1.
Excelentísimo
señor director.
No,
así no. Táchalo hija. Ningún excelentísimo. Ponle señor director y listo. Sin
tanto remilgo. Que el hombre no vale más que su pasquín de porquería. ¿Cómo
puede alguien olvidarse de la Trinidad Guevara?
Toma
nota para ti misma. Puede venir el día en que se olviden también de ti, mi
niña. ¿Acaso piensas que yo podría haber imaginado hace 30 años que los diarios
podían olvidarse de mí? No me escondas la carita que te veo en el espejo. Tu
eres la única que ha heredado mi don. Y no te lo digo para que me ayudes. Que
si quiero puedo escribir sola la carta. Si te pido ayuda es porque mi letra
siempre ha sido una calamidad. En cambio tú... Versión mejorada. Por eso te
protejo. Porque la gente no perdona el talento, ¿sabes? Y la belleza, menos. Un
pecado. Y las dos cosas juntas, pueden ser una perdición. Piensas que son cosas
de vieja. Yo también creía que tendría siempre el mundo a mis pies. Y sin
embargo, mírame ahora. Si me permites, aprovecho para decirte que deberías
enfocarte más en tu carrera. No es que te falte talento, amor mío. Es ese
marido tuyo mi niña... No mires con temor. Salió temprano. A quién se le ocurre
casarse con un empresario teatral. El hombre mira por su posesión, cuida lo
suyo. O tú crees que él no sabe que su mujercita es una belleza. Y una gran
actriz, y bailarina. Y cantante, que por suerte cantas como los dioses. Y
recitadora. ¿Recuerdas el numerito que hacíamos juntas? Ya te estoy dando la lata de nuevo, pequeña.
Disculpa. Es que a veces siento que si no me escucho yo misma dejaré de
existir. Ya ves, si no le explico al hombre este que todavía vivo, es capaz de
volver a escribir que me he muerto. Escribe, vamos. Continuemos. Si enviamos
temprano la nota capaz que mañana vuelve a salir el nombre de Trinidad Guevara
en letras de molde. Dos días seguidos en la crónica, nada mal. ¿No crees?
Apunta, vamos.
2.
Se ha ido, apura. Lo que tiene este
hombre es que está siempre husmeando. ¿No te molesta? Te veo los ojitos de
susto. Le temes. Espías la puerta. Aunque te escondas te veo en el espejo. ¿No
me temerás a mí verdad? Vamos, toma la pluma y escribamos a este señor. ¿Cómo
puede ser tan ignorante? Todo el mundo sabe que no he muerto. Tu lo escribes
que tienes linda letra y lo firmamos ambas. No puede hacerte daño, por el
contrario. La gente adora más los escándalos que el buen teatro. Sino fíjate
qué pasó con lo de la Ujier. Quería quedarse con mi lugar en el Coliseo. Creyó
que me iba a hundir con la publicación de ese suelto del Padre Castañeda.
"Su impavidez la arroja hasta
presentarse en el teatro con el retrato al cuello de uno de sus aturdidos que,
desatendiendo los sagrados deberes de su legítima esposa y familia, vive con
esta cómica... esta Ana Bolena"
(Ríe) Todavía me lo sé de memoria. Eso tuve
siempre. No seré buena para el canto, que es mi único defecto en las tablas,
pequeñita. Por eso siempre te insistí tanto con lo del canto, y ya ves cómo no
me he equivocado. Si hoy no supieras cantar... Estarías como yo, recordándole a
un zonzo que no estás muerta. La gente es muy voluble. Hacen que les gusta la
ópera. Tilingos. Se sienten más europeos.
" (...) Yo soy acusada, más bien
diré calumniada: hambre rabiosa con que despedazan a una mujer que nunca los
ofendió. El pueblo ilustrado la reputará, no como una mujer criminal, sino
infeliz."
Como si una pudiera responder por lo que
el corazón le manda. Porque yo amaba a ese hombre. Me perdía las tardes enteras
en la costa. Huyó por agua. Cruzó el río y se volvió con su mujer. Temía al
escándalo. Lo que sí te digo es que al
poco ya estaba yo de vuelta. Que al que se va sin que lo echen ... Y la Ujier
esa me tuvo que devolver mi trono.
Tendrías que haber oído, mi amor esos
clamores de mi vuelta.
3.
No
te preocupes, ya me voy. No llores
preciosa. No tienes de qué preocuparte. No quiero afligirte. Qué iba a saber yo
que volvería tan pronto. Qué hombre de mal carácter resultó ser. Los hombres
pegan tres gritos, un portazo, dan una vuelta, y vuelven como si nada. Déjalo
correr. Eso sí, tú con la tuya. Y no porque la tuya sea la mía justo en este
caso, sino porque siempre la tuya debe ser la tuya. No es porque necesite tu
firma, no. Tu dejas salir con la suya a un marido, y se envician. Quieren más,
y más. Y ya no podrás torcerles el brazo. De aquí en más se hará siempre su
voluntad. Si total, la nota ya está escrita. Y con qué bella letra. De pequeña
el maestro te felicitaba. ¿Recuerdas? ¿Eras tú la que estudiaba con Don
Francisco? ¿O era Domitilia? Ya frunces el ceño de nuevo. Pero qué quieres mi
niña ustedes son seis, y yo un sola, se me confunden a veces ¿sabes? Una madre
tiene sus limitaciones. Y una madre que ha transitado tantas vidas... Hay
mañanas en las que me despierto sin saber si soy yo o alguna de las otras que
he habitado.
"He
aquí espejo de virtud y vicio
Miraos
en él y pronunciad el juicio."
En
el telón del Teatro de don Domingo Arteaga, en Chile. ¿Recuerdas? Estaba
bordado en el telón. ¿Recuerdas? No deberíamos haber vuelto a Buenos Aires.
Míranos ahora.
Me
ves con desdén. Tú sientes que has dado un buen paso con tu vida en la gran
Buenos Aires. Que aquí te has consagrado, tienes tu marido. Tal vez. No lo
mencionemos que va a regresar. Firma rapidito y me voy, así no te ocasiono
mayor daño. Yo misma hago llegar la nota al diario, y mañana volverán a hablar
de la Trinidad Guevara y su hija Laurentina. Ya verás, hasta tu marido estará
contento cuando vea cuanta gente ha ido al teatro. Lo que yo daría por volver a
ahogarme con el humo del sebo cuando se consume. Los ojos rojos, el corazón
contento. Firma, niña. Vamos no te demores. Puedo ya oír las risas en la
platea.