martes, 19 de febrero de 2013

Proyecto “Usted está aquí” - Km 4,56



Km  4,56 - Campana y Mosconi, Villa Pueyrredón – Capital Federal, Argentina

El cuarto hedía a fármacos y muerte. Cinco pasajeras en tránsito yacían en sus camas. Mujeres mayores, de edad incierta, terminal. Tubos, murmullos. Congoja.  No era Terapia intensiva, no necesitaba serlo. ¿Para qué? Sala de espera. Transición. Los ojos de las enfermas cerrados, los de sus familiares entornados.
 La mujer de la derecha estaba inmóvil desde hacia días. Las enfermeras habían apostado a que sería la próxima en partir. Era un juego inocuo pero oculto. Las autoridades del hospital habían prohibido las apuestas entre el personal. ¿Pensarían que alguno de ellos podría acelerar la partida de su favorita? Ridículo. La prueba era que hacía siete días que la mujer en cuestión habitaba la sala intermedia y todavía estaba viva. Y eso que no tenía familiar que la cuidara. La tarde del séptimo día, después de la ronda de las quince, cuando ya se estaba apagando el murmullo de los deudos que sostenían la espera, la mujer solitaria se sentó en su cama, abrió lo ojos, inspiró y gritó:
-- Cuarenta y dos.
Su voz quebró el silencio de la rutina. Una señora que asistía a la vecina inmediata de la resucitada soltó un pequeño gritito de susto. La de enfrente, en cambio, fue la primera en reaccionar. Buscó la complicidad de las demás, que aceptaron en silencio la propuesta. El encargado de bajar fue el chico de la pelirroja. Una vaquita de diez pesos por cabeza. Nacional, Provincial, Matutina y Vespertina.  
La noticia del premio corrió por los pasillos del hospital. Reguero de pólvora. Cuando a la tarde siguiente la casi occisa volvió a saltar de su sopor para cantar otro número, la Sala de Terapia Intermedia tenía mucha más gente de la viva que los días anteriores. Los familiares históricos murmuraban desconformes, pero debieron aceptar resignados que cada uno de los nuevos apostara al treinta nueve que volvió a salir en la vespertina.
El tercer día, en cambio, las enfermeras resolvieron cortar por lo sano y acaparar la totalidad del premio. Egoísmo injustificado, porque después de todo cada uno apostaba lo suyo y ganaba por sí mismo, sin restarle nada al otro. Sin embargo, las profesionales de la salud estaban algo molestas con aquella situación. Ellas tenían su juego previo, y a la favorita no sólo que se le daba por resistir, sino que además lo hacía para competirles a ellas mismas en su mismo terreno.
A las catorce horas entraron a la sala y con la excusa de que habían adelantado la hora de la higiene sacaron a todas las visitas al pasillo. Entonces se sentaron en la cama de la numeróloga y esperaron. La vieja permanecía inmóvil, casi muerta pero tan viva. Una hora después, con la puntualidad de un reloj cucú, la mujer cantó el diecisiete. Las enfermeras se habían ido preparadas. Cada una tenía encima hasta el último centavo de sus ahorros. Bajaron todas juntas excitadas, sin preocuparse por la posible sanción de las autoridades del lugar. El número no salió ni en la vespertina ni en la matutina. La mujer de los números expiró tranquila minutos después del sorteo.

Bibiana Ricciardi