de Bibiana Ricciardi
Alzó arriba ancas, anillos,
argollas. Alabó al astro amado. Aterrizó. Aeroparque, Argentina. Alguna azafata
adocenada abrió avioneta alquilada. Abajo, amplios anuncios, atildados
adoradores, altísima ansiedad. Arrastró argentinos, argentinas, amantes, abogados,
arquitectos, actores, anarquistas, aviadores, artistas. Alzaron aleluyas,
alegres alabanzas al amor. Antiguos antojos.
Acrobacias atemporales anestesian así alrededor. Abstracciones anacrónicas
alelan almas, apelmazan anhelos, atrofian arterias, aspiran a atravesar arcos.
Alguien abrazó al astro apretando, aspirando, amándolo. Algún amigo aquietó
aquello. Aclaró aquí acuerdos anteriores. Ajado, aquel astro advirtió afable
aflicción, agradeció, absorbió agua, atrajo auras, almacenó almas, agregó
atención, ahorró angustia, ahuyentó ambigüedades, amagó amistad, analizó
anónimos, apoyó aportes, aplicó arrogante artículos adorados. Asemejó así árbol
atractivo amparando almas. Allá, abajo, antes aún, acecha alguien. Asesino
aprendiz. Aguarda al astro, ansía aniquilarlo. Añora antigua armonía, aquella anterior al
astro. Aspira ajusticiar a avaro. Abre arma, avanza, asciende, acerca al astro
aquel acero. Asesta ajustado arpón, aúlla aquel astro asesinado.
Inspirado
en: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-202688-2012-09-05.html