Granada de mano
de
Bibiana Ricciardi
El olor a
pólvora le traía recuerdos. Brazos rollizos, besos húmedos, caricias apuradas. Su primer regalo fue una réplica. La había deseado tanto. Como la de mamá. Para practicar. De metal, pesada. Nada de imitaciones
barretas para niños pequeños. La vecina tenía una de plástico. No pesaba nada, no servía ni para jugar. La arrojabas con toda tu fuerza y caía ahí nomás. No era que ella tuviera miedo de morir, no. Por supuesto
que no. Una mujaidin sabe que sólo se trata de una transición. Pero no tenía sentido desperdiciar la
vida. Si la tenía que dar que fuera por Alá, y que se llevara unos cuantos consigo. La de su infancia,
en cambio, parecía de verdad. Casi igual a la
granada que sostenía en su cartera ahora, adentro
del colectivo. No necesitaba tirarla, la detonaría
allí mismo en cuanto terminara de
subir esa señora con sus tres chiquitos.