Lo que mata es la humedad
de
Bibiana Ricciardi
Con los chicos era más fácil. El despertador
sonaba y ella saltaba de la cama. Se vestía rápido, se calzaba, y despertaba a
sus hijos. Ellos seguían el ritual semi dormidos, el instinto animal les señalaba
el riesgo que habría si saltearan el guión pre establecido. Jamás reclamaban
nada a esa hora, ni siquiera peleaban entre ellos. La madre mientras apuraba
dos chocolatadas y tres tostadas. La casa se detenía en cuanto los niños se
iban en el transporte escolar. Tirada en la cama consumía las horas sin saber
por dónde empezar. Había tanto que hacer. Si hasta todavía tenía guardada la ropa que
Ernesto no se había llevado. El día se le iba, los chicos volvían y ella aún no
lograba salir de su cama. Si por lo menos asomara el sol capaz que se animaría
a lavar las prendas de su marido por si se le ocurría volver.