Soñó que despertaba y despertó. Pensó en abrir los ojos para comprobar su estado de vigilia, entonces recordó que ya no veía. Se tocó el ojo. La ausencia de humedad en el dedo lo confundió, pero el sabor acre en su boca durmiente lo rescató de la duda. Se dejó caer profundo.
La segunda vez que despertó fue tan breve, que no necesitó saber sobre la calidad o estado de sus pensamientos. No vió, no tocó, no sintió. El sonido lejano de una sirena invadió su débil capacidad perceptiva. No dormía, oía. ¿Oía durmiendo? El interrogante adormeció su entendimiento, el sopor lo cobijó.
La siguiente vez tampoco oyó. Ninguna percepción externa. Ni interna tampoco. Nada.
La tercera nunca existió.
Bibiana Ricciardi