"No estoy". Su voz monótona, cansada, aburrida, formal informaba lacónica la obviedad del hecho: Si te atiende el contestador es que no estoy disponible, entonces no tengo mucho más que decirte. Para qué abundar con palabras lo que la acción misma demuestra por sí sola.
Estúpido. Tan arrogante en su sentencia. Delirio de eternidad suprema. No pudo imaginar cuantas veces lo llamaría para oírlo, cuando de verdad se hubiera ido.
Bibiana Ricciardi