Disco rayado
Afuera la lluvia. Lenta, persistente. El vidrio mojado. Una gota se deslizaba más rápido que las otras. Todas de arriba hacia abajo. La máquina de coser se accionaba con el pie. No era eléctrica, aunque requería un enchufe. Adela no sabía por qué. Sería por la lamparita. Una gota de agua también, pero horizontal. De derecha a izquierda. Pie derecho en el pedal, el izquierdo doblado hacia atrás. Bolsitas rosa, con volado rosado. Setenta y dos. Sería para una quinceañera. Ella no preguntaba. Necesitaba el trabajo por mal que se le pague.
-- ¿Me alcanzás la sal, Raquel?
La voz de mando del vecino. El tipo pisaba truenos que explotaban en la cabeza de Adela. Otra gota se lanzó barranca abajo, por el vidrio esmerilado, saltando de loma en loma. Adela se perdió detrás suyo. Olvidó la cuenta. ¿Cuantas íban? Cada vez que se distraía perdía el número. Debería anotarlo en su libretita, treinta y dos, treinta y tres. Pero si anotaba no cosía. Debería más bien dejar de perder el tiempo. No distraerse.
-- ¿Me alcanzás la sal, Raquel?
Disco rayado. Cada vez le pasaba mas seguido. La púa saltaba y volvía unos segundos hacia atrás. El tiempo jugaba con ella.