Ser o parecer
de
Bibiana Ricciardi
Arnaldo
se sentía un pibe. Su corazón se agitaba detrás de una falda ondeante,
conservaba intacta la lucidez de los veinte, pero el espejo escupía la ridícula imagen de un hombre
anciano, cansado, con su cara rajada de arrugas.
Se dejó la barba. Creyó que así taparía algo de esos rasgos ajenos.
Una barba blanca, espesa. Si fuera viejo no tendría
tanta pilosidad. No importaba el color, sino el pelo mismo. ¿Cuántos jóvenes envidiarían su cabellera? Se la dejó larga, lustrosa. Gastaba la mitad de su jubilación en productos de
cosmética capilar.
Entrenaba
su cabeza, ya que no podía trabajar sus músculos, con largas sesiones de ajedrez en su computadora.
El
cerebro y el cabello certificaban su juventud. Por eso no soportó verse engañado. El cuento del tío. El policía creyó que lloraba por sus ahorros. ¿A quién le importa el dinero?
"A
los jóvenes", pensó. Entonces sí se tiró.