En una cocina clásica, ordenada y bien surtida dos mujeres cocinan. O mejor dicho, la mayor cocina y la menor observa e intenta emular. Ambas son mayores aunque una es un poco mayor que la otra. Están haciendo el mismo plato en espejo. Las dos de espaldas al público.
AMELIA: (cascando con cuidado un huevo) – El huevo firme contra el borde.
Sin dudar. Con precisión. Es un corte seco.
Fernanda intenta copiar el movimiento seco.
Uno… (La mira, le agarra la mano y le muestra cómo hacer el movimiento sin dejar de hablar) Como cuando papá le corta el cogote a la gallina. Un solo golpe seco. Sin dudar.
Bien.
Otro más.
A batir. Fuerte. Más fuerte.
FERNANDA: -- ¿Así está bien, mamita?
A: -- Con fuerza. Eso.
Agarramos la carne. El martillito.
Vos dale con el puño del cuchillo.
Dejá. Agarrá vos el martillo, dame el cuchillo.
A ver si tenemos que volver a salir corriendo. Que después no podés cocinar hasta que cicatrices.
Vamos con fuerza.
Como cuando papito te da.
Eso así. La milanesa debe ser finita, finita.
Sino no rinde.
F: -- ¿Vienen mucho hoy?
A: -- Espero. Si no Papito se va enfurecer. Dice que no cocinamos bien.
F: -- ¿Yo no me puedo quedar acá?
A: -- Cuando aprendas, nena. Todavía te falta mucho.
F: -- Pero no me gusta allá…
A: -- Capricho, no. Lo que se debe hacer se hace. Y si no le digo a su Papá.
F: -- No le diga, no. Yo voy.
A: -- Ahora pasamos la carne con cuidado por el huevo, así.
F: -- Me tocan.
A: -- Y claro que te tocan. Por eso vienen. ¿Cómo no te van a tocar? El hombre toca. Si no, no es hombre.
F: -- Y comen.
A: -- Tocan y comen.